El obispo de León dice que la voz de cristo en la cruz es "el grito de los niños a los que se impide nacer"

Actualizado: viernes, 10 abril 2009 15:12

Aprovechó el Sermón de las Siete Palabras para criticar la situación de los terminales a los que "se procura intencionadamente la muerte"

El acto sacramental no pudo celebrarse en la Plaza Mayor y hubo de trasladarse, 30 años después, a la Iglesia de Santiago Apóstol

VALLADOLID, 10 Abr. (EUROPA PRESS) -

La lluvia se convirtió hoy en protagonista del tradicional y singular 'Sermón de las Siete Palabras' que se desarrolla en la Plaza Mayor de Valladolid, hasta el punto de que la prédica encomendada este año al obispo de León, Julián López Martín, hubo de suspenderse a última hora y trasladarse a la Iglesia de Santiago Apóstol, sede de la Cofradía de las Siete Palabras, lo que deslució una celebración que sólo pudo ser seguida por no más de medio millar de fieles debido al reducido e improvisado escenario.

Las inclemencias meteorológicas trastocaron por completo el rito, ya que si bien llegaron a cumplir su tarea los jinetes a caballo encargados de llamar a toda la ciudad para que acudiera a oír, a las 12.00 horas y en la Plaza Mayor, la reflexión sobre las siete palabras que Jesús dijo en otros tantos momentos de la Pasión, la insistente lluvia caída a mediodía hizo que el acto se suspendiera, algo que no había ocurrido en más de 30 años y que supuso su traslado a la Iglesia de Santiago, templo donde originariamente se desarrollaba hasta que en 1943 se decidió escenificarlo en la principal ágora vallisoletana.

El encargado este año de pronunciar el sermón, el obispo de León, Julián López Martín, tuvo igualmente que modificar la prédica, que se desarrolló a lo largo de unos tres cuartos de hora, y en la que, ante un templo abarrotado de fieles, fue refexionando sobre el significado y trascendencia de cada una de las siete palabras de Jesús durante la Pasión.

Fue, no obstante, al llegar a la Cuarta Palabra, "Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado", donde el prelado aprovechó para lanzar su proclama más crítica al advertir de que "la voz de Cristo en la cruz es el grito de los inocentes en la soledad de los sentenciados a muerte, de los secuestrados en las noches interminables, de los refugiados en el hacinamiento de los campos, de las muchedumbres que huyen de la guerra y del hambre, de las víctimas del terrorismo, de los contagiados por virus mortíferos, de los afectados por desastres naturales, de las mujeres maltratadas, de los niños a los que se impide nacer y de los enfermos terminales a los que se procura intencionadamente la muerte".

Durante su alocución, el obispo de León, llegado a la Sexta Palabra, "está cumplido", también aprovechó para dar testimonio de que "el problema religioso de nuestra época, empeñada en vivir como si Dios no existiese, es haber invertido los papeles del gran teatro del mundo: el hombre, tratando de suplantar al Creador, que para devolver a su criatura más amada la dignidad perdida no dudó en entregarnos a su propio Hijo".

"LAICISMO RADICAL

Asimismo, y en la reflexión sobre la Séptima Palabra, "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu", el predicador no pudo por menos de hacer una mención al hecho de que "por grandes que sean las dificultades de la hora presente, desde el laicismo radical, empeñado en confinar la religión a la vida privada, hasta la secularización en el interior de las comunidades eclesiales, permanece vivo el mandato del Señor en la Última Cena: Amaos los unos a los otros como yo os he amado".

Como broche a su intervención, el prelado, ante el Cristo de las Mercedes, de la Misericordia y de la Luz, aludió al silencio con el que es preciso escuchar a Dios y, en tal sentido, hizo suyas unas palabras del Papa Benedicto XVI: "El cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuando es oportuno callar sobre Él, dejando que hable sólo el amor. Sabe que Dios es amor y que se hace presente justo en los momentos en que no se hace más que amar. Y sabe que el desprecio del amor es vilipendio de Dios y del hombre, es el intento de prescindir de Dios. En consecuencia, la mejor defensa de Dios y del hombre consiste precisamente en el amor. El amor nos hará siempre testigos creíbles de Cristo".