La brutalidad de la guerra aleja el “sueño” de volver a Siria

 Niños Sirios Refugiados En El Campamento De Azraq (Jordania)
NATALIE ABU AISHEH/ACH
Actualizado: jueves, 15 marzo 2018 12:29

Jordania, "ejemplo" para otros países que acogen refugiados sirios por su buena integración

IRBID (JORDANIA), 15 Mar. (De la enviada especial de EUROPA PRESS, Rocío Martínez Posada) -

Ya son siete años. Siete años de una guerra brutal que ha expulsado de Siria a más de seis millones de personas. Cerca de un millón --650.000 registrados y unos 300.000 que están fuera del radar-- han escapado a Jordania, un país con una cultura similar en el que, pese a las dificultades, se sienten acogidos. Volver a Siria hace tiempo que dejó de ser una opción.

Samira vivía en Derá, en el sur de Siria, con su marido y sus dos hijos. Tenía una casa pequeña pero bien equipada, gracias a su trabajo como peluquera y al de su esposo, un obrero. "Yo amaba mi casa", dice. El problema es que estaba junto a un puesto militar. "La metralla y las balas entraban por nuestras ventanas (...) Nos escondíamos donde podíamos, debajo de las mesas, de las camas. No nos sentíamos seguros", recuerda.

Y lo cierto es que no lo estaban. Su marido escapó a Jordania para evitar los reclutamientos forzosos de los que las partes en el conflicto se alimentaron en el inicio de la guerra. El resto de la familia le siguió meses después. "Primero vino la Policía y luego, el Ejército. Nos dijeron que teníamos que irnos", relata. Lo hicieron y pocos días después, ya desde Jordania, supieron que su casa había sido alcanzada por un proyectil. "No ha quedado nada de mi hogar", lamenta.

Samira y su familia llegaron directamente a Amán porque el año anterior habían estado en la boda de una hermana y tenían visado. Encontraron una modesta habitación en una pensión. "Estaba muy sucia", comenta con cara de asco. "Y en invierno cuando llovía había goteras", añade. Saltaron de casa en casa hasta que hace un año llegaron a Irbid, una zona rural del norte de Jordania.

El caso de Samira no es único. El 80 por ciento de los refugiados en Jordania, tanto sirios como de otras nacionalidades, viven fuera de los campamentos oficiales. Para los recién llegados, los sirios --los palestinos suman décadas--, el Gobierno ha levantado los campos de Zaatari y Azraq, donde viven 80.000 y 36.000 personas, respectivamente, y el campo jordano-emiratí de Zaraq, con 7.000.

"La situación en los asentamientos no es la mejor", asume Rui Oliveira, responsable de incidencia para la crisis siria de Acción contra el Hambre (ACH). No solo por las condiciones de vida --falta de acceso a servicios básicos como saneamiento, sanidad y educación--, sino porque están sujetos a estrictos controles por razones de seguridad.

Oliveira subraya que, pese a ello, la situación en Jordania es mejor que en Líbano, otro país desbordado por los sirios: tiene 1,5 millones, lo que supone el 20 por ciento de su población. Líbano no ha ratificado la Convención de Ginebra, por lo que allí los sirios tienen los mismos derechos (ninguno) que un inmigrante ilegal.

"El tema de la seguridad es algo que en Jordania y en Líbano las autoridades se han tomado muy en serio" y, en el caso de Amán, "con resultados positivos" porque no han sufrido atentados o incidentes violentos. No obstante, Oliveira reclama un "equilibrio" entre las legítimas preocupaciones de seguridad de los países y la libertad de movimiento de los refugiados.

Mujeres sirias y jordanas colaboran en un programa de recogida de basura | Natalie Abu Aisheh/ACH

BUENOS VECINOS

Jordania ha intentado, indica Oliveira, "integrar a los refugiados en la vida de las comunidades locales" y hacerlo de forma que los nacionales jordanos no se sientan amenazados por la presencia de sus vecinos sirios.

"Desde 2016, el Gobierno está dando permisos de trabajo para los que están en campamentos y los que están en comunidades, para que puedan buscar sus medios de supervivencia y no dependan exclusivamente de la ayuda humanitaria", explica el cooperante de ACH. Unos 80.000 sirios, el 30 por ciento de la población activa refugiada en Jordania, cuenta con estos permisos.

La mayoría se emplea en el sector servicios, en la construcción y en la agricultura. No lo tienen fácil. Samira ha intentado volver a su oficio. "Solo encontré una peluquería en Amán que me ofrecía 5 dinares (unos 6 euros) al día si había clientes, si no, nada", reprocha. Tuvo que rechazarlo porque no podía arriesgarse a pagar el transporte sin saber si iba a ganar dinero.

Ahmed, también de Derá, ha tenido más suerte. Era electricista en Siria y ha podido volver a ejercer de forma esporádica en Irbid. Cuando no hay trabajo se dedica a hacer juguetes y maquetas con material reciclado que intenta vender en bazares cercanos. "No soy la típica persona que no quiere hacer esto o aquello. Si se puede trabajar, lo haré", recalca.

Otra preocupación que comparten son sus hijos. En Jordania los niños sirios tienen acceso a las escuelas públicas, gratuitas. Samira se queja de que hay que pagar otras cosas, como los materiales. "No les puedo dar dinero para cuando van al colegio. Otros niños lo llevan y cuando me lo piden les tengo que decir que no tenemos", dice apesadumbrada.

Ahmed todavía no ha llegado a esa etapa. Tiene dos niños, Ayman, de un año, y Hodayfah, de dos. Han nacido en Jordania y tienen documentos de identidad --no forman parte de la camada de niños apátridas que, por ejemplo, sí hay en Líbano--. Ayman en realidad parece un bebé de meses. "Hay algo que no le deja crecer", aclara su padre. Sabe que necesita atención médica y no la puede pagar.

Samira, cuyo marido está en cama desde hace meses por una enfermedad cerebral que le incapacita para trabajar, sufre la misma coyuntura. Ella, en cambio, encontró un médico jordano que vivía en una casa cercana y que, al conocer el estado de su esposo, le atendió y le dio medicamentos para unos meses. Todo gratis.

No es de extrañar que estén "encantados" con sus comunidades de acogida. "Los jordanos son muy hospitalarios", valora Ahmed. Según Oliveria, por "la proximidad cultural" y porque la sociedad jordana empatizó desde el principio con la lucha por la libertad y la democracia del pueblo sirio: "Entienden la raíz del problema".

"Lo que es admirable es que, después de siete años y con un millón de refugiados en Jordania y 1,5 millones en Líbano, la gente continúe aceptando a los sirios (...) Es un ejemplo a seguir para todos los países que acogen refugiados", valora.

Niños sirios van a clase en el campamento para refugiados de Azraq | Natalie Abu Aisheh/ACH

SIN VUELTA ATRÁS

Los hijos de Samira no quieren irse de Jordania. El niño, de ocho años, quiere seguir estudiando. Su hermana, de 14, es más ambiciosa. Su intención es encontrar otro país -apunta a Alemania o a Estados Unidos-- para ampliar sus horizontes educativos.

Para Ahmed tampoco tiene sentido volver a Siria. Tiene hermanos que siguen allí, en Alepo. "Ya están familiarizados con los sonidos de la guerra (...) Yo no quiero estarlo", confiesa. "Volver es fácil, se puede cruzar en un día, pero es como firmar una sentencia de muerte", asegura.

Con dificultades, sí, pero está instalado. En Irbib comparte casa con una hermana y el hermano discapacitado. En total son ocho personas. "Cuando llegamos era un desastre, ahora el casero se sorprende de cómo la hemos dejado", se jacta. En los pocos ratos de ocio se permite cuidar de un incipiente jardín.

"Mientras las partes en conflicto crean que la solución es militar no hay expectativas para los refugiados (...) No se puede pensar en un retorno seguro", advierte Oliveira. Incluso una vez terminadas las hostilidades, "un país que sufre siete años o más de guerra no puede volver a ser lo que era antes": "Será el trabajo de más de una generación".

El regreso al hogar “sigue en los sueños de los niños sirios”. Sin embargo, “la realidad siempre modera las expectativas”, remacha Oliveira. Muchos llevan toda su vida en un país extraño, otros han vivido la mayor parte del tiempo en suelo foráneo. “Ya han creado sus propias redes sociales, sus amigos”, enfatiza. Eso será muy difícil de revertir.

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