Publicado 08/03/2018 08:00

Fernando Jáuregui.- Si nos tocan las nasen, nos vamos

MADRID, 8 Mar. (OTR/PRESS) -

Los empresarios españoles son, en esto, mucho más recatados. De hecho, muchos opinan/opinamos que quizá hablaron demasiado tarde, cuando ya la catástrofe se había consumado. Pero, en cambio, los alemanes fueron contundentes este martes ante la máxima autoridad secesionista, el presidente del Parlament catalán, Roger Torrent: "si nos tocan las narices, nos vamos", llegaron a decirle, en un coloquio en el que incluso uno de los asistentes llegó a pedir que todos los independentistas fueran a parar a la cárcel. El tema ha sido muy comentado y no creo que pudiera yo añadir mucho más, excepto que el toque de narices no afecta solamente a los germanos afincados en Cataluña: lo que están haciendo los secesionistas desde las elecciones del pasado mes de diciembre es, más que tocar narices --o tocarnos lo que sea--, una permanente provocación al Estado.

Lo que nos espera la semana próxima puede que sea ya el paroxismo de la insensatez: una sesión de investidura sin el investido. Que, como todo el mundo sabe, está en prisión y muy presumiblemente no podrá salir de ella porque el juez no lo autorice. Así, por narices, lo ha convocado el señor Torrent, que tengo la impresión de que empieza a ser consciente ahora del berenjenal en el que se ha metido, aunque la marcha atrás le vaya a ser casi imposible.

Estoy completamente seguro de que en Alemania todo esto hubiera sido inimaginable: desde el referéndum lleno de trampas, que nunca fue en realidad una consulta ni medianamente legítima -menudo pucherazo--, hasta la declaración unilateral de independencia, que estuvo vigente apenas seis minutos. Pasando, claro, por la actuación de los mossos, un cuerpo de diecisiete mil hombres armados que, hay mucho más que indicios, se han saltado la legalidad en aras del 'procés' cuando y cuanto les ha parecido conveniente.

Peligrosísimo, cuando tenemos en cuenta que ha habido autorización de la superioridad de los mossos para espiar, sin permiso judicial alguno, a los 'disidentes' del secesionismo, a periodistas, a todo el que se pusiera a tiro. O que esta policía autónoma pretendió destruir informes que demostraban las 'comisiones' corruptas del 3 por ciento cobradas por funcionarios públicos. O que, simplemente, incurrieron en sedición pura y dura ante el intento de golpe protagonizado por Puigdemont, Junqueras y demás. El Estado, que tiene el derecho y el deber de defenderse, no puede consentir que este cuerpo armado siga incontrolado, con o sin vigencia del artículo 155 de la Constitución: en Cataluña ha habido un claro abuso de las facultades que concedía el Estatut de autonomía, y eso no queda otro remedio que, con prudencia, tacto y generosidad, reconducirlo.

Comprendo que los empresarios alemanes, acostumbrados a que en su país las cosas funcionen de manera razonable, e incluso a que los políticos se sacrifiquen para que puedan florecer las grandes coaliciones y acuerdos en aras del bien de la nación, estén alarmados ante el sinsentido que se está demostrando en Cataluña, aderezado por la pasividad de este lado del Ebro. A ellos no se les tocan así como así las 'nasen': enseguida pasan a la acción y, por ejemplo, se largan.

Aquí, en cambio, ya vemos: hasta la obligada sustitución del ministro de Economía parece el parto de los montes. Y de pedir una hoja de ruta de contactos con los secesionistas, que alguien esboce algún plan para arreglar una situación que hasta a 'ellos', los propios secesionistas, se les va de las manos, ya ni hablemos. Esto marcha a toda velocidad hacia el desastre y tienen que venir los inversores alemanes a decir que, si siguen así las cosas, adiós muy buenas. El problema es que uno no puede ni, en el fondo, quiere, marcharse. Por mucho que a uno le toquen las narices, que, por cierto, se las tocan bastante, y a dos manos.