Actualizado 23/08/2018 08:00

Francisco Muro de Iscar.- Nada es para toda la vida. O casi

MADRID (OTR/PRESS)

Leo dos interesantes reflexiones sobre el mundo en que vivimos, una de un articulista norteamericano sobre el hecho de que eres alguien porque estás suscrito a un montón de cosas, y otro de Enrique Dans sobre el declive de la propiedad individual. En ambos casos, se pone encima de la mesa es que todo lo que hacemos deja huella y registros imborrables, sin que sea importante saber cómo nos llamamos, cuál es nuestro DNI, de dónde somos, donde estamos o qué idioma hablamos.

Resulta que ya cada vez se venden y se almacenan en casa menos libros porque lo hacen otros por nosotros y nos ceden el derecho de leerlos. El móvil va dejando rastros permanentes no solo de con quién hablamos o que vemos, sino también de donde estamos en cada momento, con nuestro consentimiento o sin él. Ya no guardamos dvds con películas o series porque otros como Netflix te ofrecen "todo" a la carta por unos euros al mes. Tampoco almacenamos, no digo ya vinilos, sino cds, porque Spotify lo hace por nosotros. Hay muchos jóvenes que ya no quieren coche porque usan Uber o Cabify y esos otros coches que coges y dejas por horas en cualquier sitio. Objetos que nos sobran los fotografiamos y los ponemos a la venta en la red para librarnos de ellos y no tener que llevarlos a un trastero. E, incluso, alguien paga por ello. Al banco apenas vamos porque ya tenemos su app y decenas de las de otras entidades o comercios. Y no les cuento cómo se hacen las reservas de viajes, la petición de comida a domicilio y hasta la bolsa de la compra en el supermercado porque todos lo sabemos.

En Estados Unidos donde hay una enorme movilidad geográfica, cuando una familia se va a otra ciudad, saca todas sus pertenencias al jardín y organiza un "mercadillo" para liquidar todo y marcharse limpios de polvo y paja. Hasta eso está cambiando allí y seguramente pronto llegará a Europa. Ya hay empresas que te alquilan ¡hasta la cama! por un pago mensual de diez dólares, es decir unos ocho euros. Cuando te cansas, la cambias; cuando te vas, la dejas.

A través de nuestros "Me gusta" en Facebook y de todas las pistas que vamos dejando en la nube, sin privacidad posible, nos pueden hacer un retrato perfecto quienes manejan los algoritmos y los metadatos. E influir sobre nuestros comportamientos, nuestros gustos y nuestras ideas, comerciales y políticas. Todo esto está cambiando nuestras vidas y hasta nuestro trabajo y lo va a hacer mucho más en el futuro. Y hay otras cuestiones que también se están transformando y que afectan a conceptos que hasta hoy nos parecían básicos. ¿Seremos dueños de nada? ¿Cuáles serán "nuestras cosas"? La mayor parte de las personas nunca tendrán ya el disco con la primera canción que escucharon o ese libro impreso que les emocionó. ¿Dónde estará el valor de las obras de arte y de quién dependerá su precio? ¿O el de los coches si solo pagamos por su uso y no por su propiedad? ¿Va a cambiar el derecho de propiedad privada o solamente el concepto de la propiedad individual? Muchos sostienen que las personas son, por general, refractarias al cambio. Pero es que el cambio se ha instalado entre nosotros de forma positiva y, al mismo tiempo, devastadora. Y para todos, no solo para las élites, con consecuencias, hoy por hoy, imprevisibles y apasionantes.

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