Marte albergó agua unos 600 millones de años después de lo que se pensaba

Marte
NASA
Actualizado: miércoles, 7 julio 2010 1:17


MADRID, 6 Jul. (OTR/PRESS) -

Marte tuvo agua en su superficie hasta mucho después de lo que se pensaba. En concreto, hasta 600 millones de años después. Este descubrimiento fue posible por el análisis de los filosilicatos generados por el impacto de meteoritos. La investigación ha sido publicada en el último número de la revista 'Proceedings of the National Academy of Science'. Los expertos analizaron el cráter marciano de Toro, después de que hace unos cinco años el descubrimiento de ese mineral reabriera el debate sobre la existencia de agua.

Una investigación internacional con participación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha perfeccionado una metodología que permite datar de forma más exacta la presencia de agua en el planeta rojo a partir del análisis de los filosilicatos -- un tipo de mineral -- generados por el impacto de meteoritos, de forma que han comprobado que aún existían grandes cantidades de agua en Marte, líquida o en forma de hielo, unos 600 millones de años después de lo que se pensaba hasta la fecha.

En la investigación, que se publica en el último número de la revista 'Proceedings of the National Academy of Science', los expertos de España, Francia, Italia, Alemania, Rusia y Estados Unidos, han analizado el cráter marciano de Toro, ya que hace unos cinco años, el descubrimiento de filosilicatos en Marte reabrió el debate sobre la existencia de agua, un elemento fundamental para la vida en otros planetas.

Desde entonces, multitud de depósitos de estos minerales (que sólo se forman cuando abunda el agua líquida durante largo tiempo) han sido descubiertos en su superficie, sobre todo en el interior de los cráteres provocados por meteoritos. La hipótesis más generalizada establece que estos impactos pusieron al descubierto filosilicatos antiguos, enterrados por capas más recientes, que habían permanecido inalterados hasta entonces.

Sin embargo, hasta la fecha no se había demostrado empíricamente. Ahora, los investigadores han sometido muestras de filosilicatos similares a los presentes en la superficie marciana (de los que se conoce su composición gracias a las espectroscopías realizadas por las sondas Mars Express y MOR) a las temperaturas máximas que se alcanzan durante un impacto meteorítico, para averiguar las temperaturas que son capaces de resistir sin sufrir transformaciones de importancia.

Por otra parte, se han modelizado las temperaturas que se alcanzan en distintas zonas de impactos originados por meteoritos de distinto tamaño, lo que ha permitido averiguar que en la mayor parte del cráter no se alcanzan temperaturas que puedan alterar los filosilicatos que se encuentren en el mismo.

Así, han descubierto que sólo en la parte central del impacto las temperaturas que se alcanzan son tan elevadas que cualquier material presente en la superficie sufre importantes alteraciones en su composición y estructura. Estos conceptos se han aplicado al estudio de los filosilicatos exhumados en el cráter de impacto Toro.

Los filosilicatos centrales son diferentes de los que los rodean, lo que permite a los investigadores concluir que se formaron por un sistema hidrotermal generado por la propia energía del impacto del meteorito.

UN SISTEMA HIDROTERMAL

El investigador del CSIC, Ricardo Amils, ha explicado en este sentido que, dado que se puede calcular de forma precisa la fecha y caída de un determinado meteorito, en el caso de Toro no es superior a los 3.600 millones de años, también se puede determinar cuándo se formó ese sistema hidrotermal que dio origen a los filosilicatos diferenciales que aparecen en el centro del cráter.

Los filosilicatos del pico central del cráter Toro prueban por primera vez la existencia de agua liquida en Marte en cantidades importantes en tiempos post-Noeicos, apostilla el investigador de la NASA y antiguo científico del CSIC, Alberto García Fairen.

El resto de filosilicatos puestos al descubierto por el impacto no sufre ninguna alteración. Por tanto, la conclusión del trabajo es que, efectivamente, las temperaturas alcanzadas durante el impacto no son lo suficientemente altas como para alterarlos. De esta forma, se cuenta con la demostración empírica de que lo que se está estudiando es, en efecto, lo que había originariamente y que no ha sufrido modificaciones, ha concluido Amils.