EDIZIONES, 26 de feb.
Rando Kartsepp, Robin Sillamae y Erik Vali, tres trabajadores del embalse de Sindi, en el río Parnu, en Estonia, se encontraban realizando trabajos de limpieza de fondo de esta presa en proceso de demolición cuando se dieron cuenta de que un animal trataba de nadar hacia la orilla sin éxito.
En un primer momento los operarios pensaron que se trataba de un perro que estaba a punto de morir congelado y no dudaron en iniciar las labores de rescate. Después de despejar el terreno, haciéndose un camino a través del hielo, el equipo sacó al animal del agua, lo envolvieron con una toalla y lo pusieron dentro de un coche con calefacción para subirle la temperatura corporal, a la espera de poder trasladarlo a un centro de rescate de animales.
Desde el centro de rescate les comunicaron que lo mejor sería llevarlo primero a un veterinario. Durante el trayecto, Rando, uno de los trabajadores, contó que el animal dormía plácidamente con el hocico apoyado en su regazo y que en ningún momento mostró señales de agresividad.
A la llegada a la clínica veterinaria, los especialistas realizaron un chequeo al animal y no se percataron de que, en realidad, se trataba de un lobo. Fue un cazador local quien señaló que el perro congelado era más bien un lobo macho, de un año de vida aproximadamente.
Más tarde, se pudo llegar a la conclusión que el comportamiento dócil que había mostrado durante su rescate se debió a que su presión arterial era realmente baja en aquel momento.
Después de comprobar que el animal había recuperado un buen estado de salud, pasó a ser puesto en libertad.
La Agencia Nacional de Medio Ambiente de Estonia se encargó de ponerle un collar GPS en el cuello.
