Actualizado 30/11/2010 18:25

La tormenta de San Florencio de 1826, peor evento meteorológico en Canarias, según científicos


SANTA CRUZ DE TENERIFE, 30 Nov. (EUROPA PRESS) -

La revista científica sueca Geografiska annaler Series A- Phisical Geography de la Universidad de Upsala acaba de publicar una artículo firmado por los investigadores de la Universidad de La Laguna (Tenerife) José Bethencourt-González y Pedro Dorta Antequera, del Departamento de Geografía, en el que se reconstruye una tormenta tropical devastadora acaecida en Tenerife entre el 6 y 9 de noviembre de 1826, de características similares a la tormenta Delta de 2005 y que, a su juicio, se pude clasificar como el peor evento meteorológico de la historia del archipiélago canario.

El estudio, según ha informado la ULL, revisa los daños causados, especialmente las pérdidas humanas, dada la disparidad de cifras que históricamente se han barajado. También ha verificado que este suceso puede calificarse como ciclón tropical, la categoría superior dentro del conjunto de perturbaciones de origen tropical.

En la época del suceso a las tormentas se las denominaba por el santoral, por lo que los investigadores consideran que a este evento se lo podría nombrar como huracán o tormenta de San Florencio.

El análisis se ha realizado a través de los métodos utilizados en climatología histórica, disciplina que, para suplir la carencia de información cuantitativa, utiliza los denominados "datos proxy". Estos se definen como el conjunto de fuentes de todo tipo, como por ejemplo los obtenidos en archivos históricos, que pueden aportar información sobre el estado del clima.

Los eventos meteorológicos de fuerte intensidad de precipitación o viento no son nuevos en la historia de Canarias, pues los ha habido en diciembre de 1645, enero de 1713, octubre de 1722, noviembre de 1922 y enero de 1957, entre otros. Sus efectos se han repartido por diferentes sectores de las islas causando gran cantidad de daños, pero ninguno de ellos tuvo repercusiones tan importantes e intensas como las causadas por esta tormenta de 1826.

Según este estudio, las rachas de viento alcanzadas por dicha tormenta debieron ser superiores a las de Delta. Además, las precipitaciones que pudieron haber registrado en las horas de máxima intensidad, fueron muy superiores a las recogidas en los eventos meteorológicos extremos de los últimos años. Por ello, los autores aventuran la posibilidad de que en algunas áreas se recogiesen cantidades superiores a 500 milímetros de precipitación y que, en amplios sectores de las islas, se superasen ampliamente los 100 milímetros en 24 horas.

Los daños fueron incalculables: en el recuento realizado por los investigadores, solamente en la isla de Tenerife fueron destruidas más de 600 casas de particulares. A ello se suman los daños causados en los montes de las islas, en la agricultura, con pérdidas de suelo que pudieron superar el 30 por ciento en algunas áreas, y en cabezas de ganado de todo tipo.

Pero las mayores pérdidas se registraron en vidas humanas, pues las fuentes consultadas hablan de "infinidad el número de muertos", de "cadáveres flotando" en los días posteriores a la tormenta, debido al arrastre producido por la imponente fuerza de los barrancos. Según el recuento de la documentación disponible, sólo para la isla de Tenerife pudo haber 298 fallecidos, cantidad que se verá incrementada en investigaciones futuras y con los datos del resto de islas.

La comparación con eventos como el Delta y el huracán Vince en 2005, el huracán Gordon en 2006, el ST_2 en 1975, y un huracán en 1842 identificado en otras fuentes de información, indican la posibilidad de que fenómenos tropicales de estas características que alcancen las islas entre octubre y diciembre con fuerza extremadamente destructiva. La certeza de que ha habido fenómenos meteorológicos extremos en el pasado lleva a los investigadores a descartar el cambio climático como causa exclusiva de los más recientes.

Como elemento novedoso, hay datos para afirmar que en ciertos momentos de la tormenta, en apenas tres horas, el barómetro pudo haber caído unos 20 hectopascales, lo cual es impensable para las tormentas que normalmente alcanzan las islas. Ese hundimiento del barómetro es una característica del paso de perturbaciones tropicales, y ocurrió tanto durante el paso de la tormenta Delta como en el huracán de 1842.