Día Mundial del Refugiado: Maryam, historia de la brutalidad que sufren las refugiadas rohingya

Adolescente refugiada rohingya en Bangladesh
UNICEF/BRIAN SOKOL
Actualizado: miércoles, 20 junio 2018 8:34

MADRID, 20 Jun. (Por Brian Sokol, fotógrafo estadounidense, para UNICEF) -

Estoy hecho un desastre. El sudor me cae por la nariz y las muñecas, y gotea hacia mis cámaras. Se me resbalan en las manos y amenazan con caer al suelo de barro de su ordenado, y agobiante, refugio. Una ráfaga de luz pasa por un agujero de la lona de plástico y alcanza la cicatriz de su cabeza, enmarcando su cara en un brillo dorado a la vez que el eco de la llamada a la oración nos llega desde un megáfono.

Se sienta enfrente de mí, una imagen de serenidad entre el calor, el polvo y el desorden. Sus rasgos son bonitos, su estructura ósea delicada. Hay una dulzura infantil en su apariencia, pero no en su expresión. Sus ojos se posan fijamente, sin pestañear, en los míos. No los evitan. Se empiezan a mover de manera gradual, y también sus manos, hacia su tripa abultada.

No puedo decir su nombre real, la llamaremos Maryam. Tiene 16 años, pero tenía 15 cuando, el año pasado, soldados de Birmania la arrastraron desde su casa y se la llevaron a un edificio cercano. Allí, ella y otras dos niñas rohingya fueron violadas. Ella y otra sobrevivieron. La tercera murió.

Maryam es una de las catorce supervivientes de agresión sexual embarazadas a las que conozco, entrevisto y fotografío durante dos meses. Tras quince años cubriendo conflictos, violaciones de los Derechos Humanos y desastres naturales en todo el mundo, nunca he escuchado historias de una brutalidad tan incomprensible como las que me han contado estas mujeres y niñas.

Muchas de ellas viven solas, rechazadas por los miembros de sus familias que han sobrevivido, abandonadas por sus maridos o su familia política, encargada de su bienestar cuando se casan. Maryiam es más afortunada que la mayoría de mujeres en ese aspecto. Vive al lado de la familia de su marido, que sigue ayudándola pese al embarazo.

Fuera, mi traductor va puerta a puerta preguntando a la gente si quieren hablar con un representante de UNICEF acerca de la próxima campaña de vacunación contra el cólera. "¿Tú o tus hijos os vacunasteis en la campaña del año pasado? ¿Tenéis un baño privado en vuestro alojamiento que pudiera contribuir a la propagación de enfermedades transmitidas a través del agua?". Preguntar tanto responde a una táctica para explicar por qué un extranjero está hablando con la gente --y algunas mujeres embarazadas-- en sus refugios.

Si fuera posible hablar con ellas en algún otro lugar, lo haría. Pero más allá de viajes nocturnos para coger agua, pocas mujeres están dispuestas a dejar sus reducidos espacios, de un plástico y bambú insoportablemente calientes.

TEMA TABÚ

Maryam y yo hablamos muy bajo. El tema de la violación, por no hablar de un embarazo como resultado de la misma, es tan tabú que la mayoría de rohingyas supervivientes de la violencia sexual masiva del año pasado no están dispuestos a reconocer que alguna vez ocurrió. Nunca sabremos cuántas mujeres y niñas sufrieron esas violaciones. Muchas de las mujeres embarazadas no pueden decir si el bebé que esperan es de sus maridos o de los hombres que las violaron.

Pienso si lo que hago merece la pena. El estigma de la violación en la sociedad rohingya es tan grande que si se sabe que una mujer o una niña ha sido violada sus perspectivas de casarse --o de hacerlo por segunda vez, ya que la mayor parte de sus maridos están muertos o desaparecidos-- son prácticamente nulas.

¿Cómo puede una fotografía ayudar a Maryam? No puedo mostrar su cara, ya que revelar su identidad la pone en riesgo de ser marginada. ¿Llevar la atención a un tema tan atroz justifica poner en riesgo a una persona que ya ha sufrido tanto? ¿Compartir sus palabras y su retrato arrojará algo de luz sobre un tema que de otra forma podría permanecer invisible y olvidado?

Pregunto a Maryam si iría a un hospital o a un centro de salud para controles prenatales y para dar a luz en un entorno seguro. Me dice que no. Tiene una matrona que le hace seguimiento y le da demasiado miedo lo que diría la gente.

Incapaz de ofrecerle más ayuda que compartir su historia con el mundo, dejo su casa. El sudor cae desde mis mangas y me pega la camisa al cuerpo mientras voy al coche. "¿Tú o tus hijos fuisteis vacunados contra el cólera el año pasado?", está preguntando mi traductor. "¿Vais a recibir la segunda dosis durante la campaña de este año?"

VACUNA CONTRA EL ODIO

Ojalá hubiera una vacuna contra el odio. Ojalá no tuviera que esconder lo que estoy haciendo, ni ocultar caras, ni inventar nombres. Envolver a mujeres jóvenes entre luces y sombras. Ojalá no tuviera que hacer eso.

"El primer crimen contra ella fue la agresión", dice mi traductor una vez lejos de la gente. "El segundo es que ahora siente que tiene que ocultarlo", añade.

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