Publicado 13/02/2020 08:02

Antonio Casado.- Eutanasia

MADRID, 13 Feb. (OTR/PRESS) -

El libre albedrío es la resultante de la condición moral del ser humano. Nos distingue entre todas las especies del reino animal. Y nos obliga de forma irrenunciable a decidir entre el bien y el mal. Con nuestras propias luces. Así estamos abocados siempre a elegir entre lo que nos parece que está bien y lo que nos parece que está mal.

Pero a veces el individuo tiene que decidir en soledad, con la propia conciencia como único elemento de contradicción. Es el drama de Julia, el personaje hamletiano de Claudia Cedó (Banyoles, 1983) en "Como una perra en un descampado" (teatro Valle Inclán de Madrid).

Personaje abocado a elegir: la muerte perinatal de su deseadísimo hijo, por pérdida de líquido amniótico en un embarazo de cinco meses, o seguir con el embarazo afrontando graves consecuencias para la salud del bebé y de la madre.

La lucha de Julia con ella misma, hasta tomar la decisión que cree correcta, es una dura reflexión sobre el rango moral del individuo. Al final asume la muerte del hijo para que la vida siga. Viva la vida. Una forma de eutanasia, avant la lettre, practicada en el sistema público de salud (la obra está basada en hechos reales). Refleja una tendencia social compasiva que trata de evitar el sufrimiento de personas en fase terminal, con intervención de los poderes públicos para regular la prestación.

De aplicación a una criatura moribunda en el seno materno y a una persona adulta con todo el derecho a irse de este mundo de forma libre, consentida, informada y voluntaria, como alternativa a un final doloroso para él y su familia. Paso adelante en el derecho a morir dignamente.

Y esa es la letra y el espíritu de la ley de eutanasia que ha empezado a tramitarse en el Congreso después de la bronca sesión del martes pasado. Se trata de reconocer ese derecho y atender la demanda social, ya en un tercer intento de regular la práctica de la eutanasia en nuestro país. Llega con retraso, pero está encarrilada, a juzgar por la abrumadora mayoría parlamentaria que acaba de admitir a trámite la consabida proposición, presentada por el grupo socialista.

Es asunto de conciencia (de nuevo el rango moral del individuo), pero deberíamos contemplarlo solo en su dimensión humana. La contaminación política, ideológica o religiosa del mismo no hará más que envenenar el debate.

El hombre, la mujer, es soberano-a respecto a su propia vida. Por encima y al margen de instituciones civiles o religiosas. Nadie puede obligar a nadie a vivir contra su propia voluntad. Y no está escrito que vivir con sufrimiento sea obligatorio.

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