Publicado 31/03/2020 08:01

Antonio Pérez Henares.- El perverso empresario

MADRID, 31 Mar. (OTR/PRESS) -

El Gobierno nuestro, ese disco de vinillo con cara A y cara B, ha ejecutado la idea, o la ocurrencia más bien, de añadir a la hecatombe económica que se nos viene encima, la de prohibir por ley el despido. Ni por causas objetivas, de fuerza mayor, esto es que no hay trabajo, ni pedidos ni ingresos ni se puede pagar puede hacer. Luego parece que no es del todo así, que lo "rebajan" a improcedente y costará más. Añaden que los ERTES, o sea las suspensiones temporales solo podrán durar lo que ellos mantengan el Estado de Alarma, luego, se recupere o no la actividad de esa empresa, habrá que readmitirlos a todos. Les ha faltado, ya puestos, añadir otro decreto por el que se obligue a colocar y a dar empleo pongamos que cada empresa un 15% más. Con eso ya todo "arreglado", ni crisis, ni paro ni "na de na". Todos "colocaos". Aunque no haya en que trabajar ni con que pagar.

Una caricatura, quizás. Pero no muy alejada del evidente trastorno gubernamental. El esperpento de este fin de semana tras el anuncio del nuevo decreto de total cerrojazo empresarial para pasar después a no saber concretar que empresas y actividades era imprescindible mantener, es lunes y se sigue sin saber con certeza y en su literalidad, fijó ya del todo la imagen de un descontrol donde dos bandas de insensatos se dedican a jugar con una bomba, discutiendo cual es el botón que se debe apretar.

El decreto del prohibido despedir, de principio y para la consigna, queda genial. Fantástico. Y una fantasía es lo que es. ¿Qué va a suceder en realidad, amén de lo que ha sucedido ya, pues ERTES y despidos al reducirse o desaparecer la actividad se han disparado? Pues que va a ser todavía más letal el presunto remedio que la enfermedad. ¿Si no hay trabajo, ni ingresos, ni con qué pagar, qué hace el empresario si le obligan a mantener la totalidad de su plantilla y no poder prescindir de parte de ella para salvar a los demás, la empresa y la actividad? Pues concurso de acreedores, quiebra y cierre empresarial. Todos al paro y sin posibilidad de retorno cuando el pedrisco deje de caer.

Son cientos de miles de pequeñas y medianas empresas que se van a ver abocadas a esa terrible realidad que además significará la desaparición de muchas de ellas y una destrucción sin precedentes del tejido empresarial. Los disparates gubernamentales, pueden elevar a rango de catástrofe irreversible ese paisaje ya de por sí desolador a que nos vamos a enfrentar en nuestro Día D, ese Día Después.

Ello nos convence cada vez más de que a la percepción cada vez más constatada de una ignorancia supina en la inmensa mayoría de ese potaje ministerial, se añade algo peor: el prejucio y una ideología, tan infantiloide como sectaria, que tiene interiorizado al mundo empresarial como un círculo satánico donde los diablos capitalistas bailan entre las calderas mientras fríen en aceite hirviendo a sus víctimas y una vez socarradas las arrojan a la tiniebla exterior. Nada extraño, pues basta ver que la experiencia personal, con muy contadas excepciones, no ha sido nunca en absoluto presencial, sino que es más bien de oídas y, como mucho, leídas.

Entre nuestros males, y no pequeño, está la asunción, metida incluso en el profundo tuétano colectivo, de que los empresarios son una casta maligna y perversa. El pertinaz acoso a un personaje como Amancio Ortega, es paradigmático y esclarecedor. No puede haber triunfado y ser bueno. Y por ello es odiado porque con ello se ataja y criminaliza, de paso, ese obsoleto, para ellos, esquema de trabajo y esfuerzo para mejorar personalmente y coadyuvar a que la colectividad mejore con ello también. Aquí el pálpito de que el rico, a no ser que se tenga la bula progre, es intrínsecamente perverso, está ampliamente extendida y que eso de crear empresa, riqueza y puestos de trabajo no tiene mérito ni importancia alguna. Es malo, remalo, y solo busca el convertirse en un plutócrata brutal y aumentar hasta el delirio su fortuna a costa de la explotación de los trabajadores. Su mayor placer es despedirlos y si los contrata es por obligación, porque no le queda otra, pero lo que de verdad le pone es echarlos. ¿Exageración? Oyendo a la ministra de Trabajo no parece que demasiada. De hecho, se les ha criminalizado tanto que ya hasta ellos mismos, para no soportar el oprobio renuncian al nombre para adelgazar su culpa y ahora se llaman emprendedores, como si eso fuera empezar una dieta o un paseo en bici. Que también son emprender. Pero que nada tienen que ver con crear empresas ni puestos de trabajo.

En la viña del señor es bien sabido que en todos los sitios cuecen habas y que malos bichos hay en todos los lados y buenas gentes también por doquier, vemos lo de Machado: de los que si hay vino piden vino y si no agua, y gentes también que van apestando la tierra. Que unos por prevalencia y rango sean más visibles y puedan hacer mayor daño es evidente, pero eso es homologable a todos también. Vamos que hay trabajadores que mejor cuanto más lejos y empresarios que tienen buen arrimo y a la contra también de estos algunos que ni cuando hace frío y de los primeros lo que son capaces de repartir hasta lo que más les hace falta a ellos.

En suma, que nuestro Gobierno se ha tirado siguiendo al más infantil y ya testado como fracaso en todo mundo y lugar a la piscina sin agua marcada por la ministra que se intitula de Trabajo y va a ser de paro brutal, sin pararse a pensar más allá de la consigna impresa a fuego en su mentalidad ni, muchos menos aún, perder el tiempo en un mínimo estudio previo de las consecuencias económicas de la medida a corto, medio y largo plazo. Que pueden ser devastadoras. Porque resulta que este "Prohibido despedir" tiene tan solo un recorrido de papel, pero ninguno y, en todo caso en dirección contraria, en la realidad. Pero qué importa eso si se contradice con la causa y la revolución.