Publicado 18/10/2019 08:01

Charo Zarzalejos.- Como si Quim fuera nuevo

MADRID, 18 Oct. (OTR/PRESS) -

Las ensoñaciones es lo que tienen. Te llevan a equivocar deseos con realidad. Nublan la cabeza y conducen a crear un microclima emocional en el que de verdad uno puede llegar a creerse que esa ensoñación no es tal. Es obvio que los líderes independentistas cayeron en la ensoñación creyendo que con el Estado se puede jugar sin que ello tenga consecuencias y lo que es peor, dos millones de ciudadanos catalanes se vieron atrapados por esa misma ensoñación. Increíble en estos tiempos en los que nadie cree en nada, que dos millones de catalanes creyeran a sus líderes. Les creyeron porque toda ensoñación que roza lo imposible sugiere una cierta épica que hace que uno se sienta importante, protagonista de la historia.

La ensoñación ha conducido a varios líderes a la cárcel, aunque personalmente creo que los acontecimiento vividos en el otoño de hace dos años fueron algo más que una mera ensoñación, pero, en fin, doctores tiene la iglesia y la sentencia es la que es. Y no es una sentencia blanda y lo que es más importante, ha sido una sentencia dictada desde el más escrupuloso respeto a los derechos de los encausados.

Entre ellos no está Quim Torra, este Quim Torra a quien los socialistas catalanes, e incluso los Comunes, pidieron ayer que se hiciera a un lado. Han tenido que estallar las calles, se ha tenido que comprobar hasta que extremo el propio Torra continúa acariciando la ensoñación adelantando que en 2020 volverán a las urnas en un referéndum que será tan ilegal como el del 1-O.

La gota que ha colmado el vaso, el susto de la violencia callejera ha conllevado que los ensoñados hayan dejado de estarlo. El Quim Torra de hoy es el mismo de siempre. Se quitó importancia a sus escritos plagados de desprecios a los españoles y se ha dejado pasar como luz por el cristal su palmaria inacción como jefe de un ejecutivo. El Quim de hoy es el de siempre aunque ahora algunos se lleven las manos a la cabeza porque tarda en condenar la violencia inadmisible registrada en Cataluña, al tiempo que pide mesura a los Mossos que, esta vez sí, se están jugando el tipo junto con la Policía Nacional y la Guardia Civil.

Si la irresponsabilidad fuera delito, Quim Torra será acreedor de la mayor de las penas. Esto es así desde el minuto uno que accedió a la presidencia de la Generalitat pero ha sido ahora, como si este Quim fuera distinto al de hace un año, cuando el PSC y los Comunes y buena parte de ERC, se han dado cuenta de que no merece ostentar el cargo que ostenta. Nadie está libre de pequeñas ensoñaciones y ha sido ahora, cuando la situación es especialmente grave, incontrolable, cuando esas pequeñas ensoñaciones parecen desvanecerse. Ahora piden que se vaya.

Torra no se va a ir y lo más probable, y lo más serio, es que quienes piden que se vaya no van a pasar de la mera petición. No bastan los aspavientos o las críticas. Consentir que quien no es digno de gobernar lo siga haciendo sin que los ciudadanos perciban que las palabras llevan a los hechos, nada se habrá conseguido. ¿Es un despropósito que se rompa cualquier acuerdo con Torra?. ¿Es posible que nadie le haya dicho que si, que las marchas son pacificas pero que están cortando una infraestructura como la AP-7?. Esta infraestructura es tan clave para los ciudadanos catalanes y no catalanes como el propio aeropuerto del Prat que, de manera inexplicable, se vio saturado por los bárbaros que a la caída del sol incendian Barcelona.

Nadie va a romper nada y veremos más violencia mientras la inmensa mayoría de catalanes se quedan en sus casas contemplando atónitos lo que ocurre. Ellos también deberían estar en calle. Los independentistas pacíficos deberían descalificar a los violentos, aislarlos de manera fehaciente y constatable para que además de la acción policial, sientan el frío del aislamiento. Los buenos no deben permanecer callados porque su silencio alienta, aunque en absoluto se desee, a quienes han hecho del vandalismo su forma de estar en política

Hace algún tiempo un excepcional periodista como es Jose Luis Barbería dijo, y con toda razón, que escribir en Euskadi es llorar. Eran los tiempos de plomo. Ahora, escribir sobre Cataluña, es hacerlo con el corazón roto.

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