Publicado 15/04/2018 08:00

Fernando Jáuregui.- Pero ¡esto no pasa ni en la Dinamarca de 'Borgen', ni en la de Hamlet!

MADRID (OTR/PRESS)

Y ahora ¿qué hacemos? He constatado la perplejidad de toda una clase política, 'instalada' o con ganas de instalarse, ante la situación que se vive en el país y que esa misma clase ha creado: una enorme controversia jurídica que llevará a más desconcierto aún, una asfixiante bola de trolas académicas, un gigantesco ejemplo de falta de ideas renovadoras. Un silencio de fondo que envuelve al ejército de vocingleros. Un problema de gran relieve, Cataluña, que los independentistas agravan de día en día sin que, del otro lado, se sepa contrarrestar adecuadamente el nuevo Apocalipsis. Una mole ya inabarcable que quizá los medios y quienes en ellos nos ejercitamos no estemos sabiendo narrar en toda su extensión y profundidad.

Quienes pusieron en marcha el 'ventilador de la basura' para tratar de minimizar las exageraciones académicas, ejem, de la aún presidenta de la Comunidad madrileña, Cristina Cifuentes, probablemente no previeron que, incluyendo en el paquete del dislate a un socialista (Franco), a algunos en Ciudadanos y al menos a uno de Podemos (el gallego Juan José Merlo), además de airear de nuevo las incomparecencias universitarias del becado Errejón, iban a dar un puntillazo a toda la clase política.

No; los 'ventiladores' ni quitaban ni ponían Rey, pero ayudaban a su Señor. Se trataba, simplemente, de otro ejercicio del españolísimo 'y tú más' con el que se quieren zanjar los debates: de acuerdo, 'la nuestra' se hizo con un master de malas maneras, pero ¿y el vuestro falsificando una licenciatura? Pues anda que el tuyo, declarándose ingeniero sin ser ni perito* No creo que la ya pésima reputación de eso que los políticos no quieren que se llame 'clase política', pero que cada día merece más ser denominada así, haya mejorado mucho con estos episodios, que están teniendo aún más repercusión que los capítulos de la corrupción rampante que tanto abundaron en España en años pasados. El falseamiento del propio curriculum, para engrandecerlo, es, en el fondo, una forma chapucera, acomplejada, de corrupción.

Y luego, como demostración paralela de ese acomplejamiento, de esa chapuza, de ese lanzar piedras al estanque para propagar las ondas, está el lamentable espectáculo jurídico-judicial. Nada menos que el president de un Parlament, que debería mostrarse neutral, querellándose contra un magistrado del Supremo en cuyas manos, pienso que involuntariamente, ha caído el presente y el futuro del 'procés' y quizá de otras muchas cosas. Una querella que, desde el Partido Popular, se viste* de posible malversación, ahí queda eso. Y más cosas: toda una Fiscalía insistiendo en atribuir delito de terrorismo a quien apenas provoca desórdenes públicos, en medio de una controversia leguleya que dudo mucho de que esté siendo acompañada por el ciudadano de la calle, sea esta calle catalana o del resto de España; una ciudadanía que, a estas alturas, supongo que debe declararse por completo perdida y, por tanto, buscando nuevos horizontes. Y ¿nuevos rostros, nuevos mensajes, alientos nuevos?

Pensaba yo este viernes en el pobre primer ministro danés, Lars Lokke Rasmussen, que ha tenido la mala idea de aterrizar en La Moncloa precisamente cuando Rajoy preparaba, aprovechando la comparecencia conjunta con el nórdico, una respuesta de respaldo (de aquella manera) a Cristina Cifuentes. Era un intento, supongo, de apaciguar ánimos en su partido, bastante dividido entre quienes pretenden la defensa numantino de la presidenta madrileña (y de todo un statu quo, que no es solo Cifuentes de quien se trata) y quienes predican la patada en salva sea la parte de quienes provoquen el escándalo, sea académico, financiero o social en cualquiera de sus acepciones.

Pero ¡estas cosas no ocurren en Escandinavia! se decía, sin duda, Rasmussen, que debía estar pensando que se hallaba en medio del rodaje de 'House of Cards' o, con más sabor danés, Borgen. Como de marcianos. O, mejor, como de locos, vamos; no se le ocurre ni a Shakespeare en Hamlet, tragedia, como saben, ambientada en Dinamarca y en la que todo acaba fatal, y el país, invadido.