Actualizado 07/10/2018 08:00

Fernando Jáuregui.- Iglesias nos quiere gobernar, pero yo, que le sigo la corriente...

MADRID, 7 Oct. (OTR/PRESS) -

Asegura Pablo Iglesias que se prepara para gobernar en España en 2020, aunque sea cediendo la presidencia a Pedro Sánchez. Más o menos lo mismo que dijo cuando, el 22 de enero de 2016, salía --vaqueros, zapatillas deportivas-- de entrevistarse con el Rey. Entraba entonces la política española en una espiral de locura, una crisis que no se resolvió con la investidura, tras muchos meses de incertidumbre, de Mariano Rajoy. Y que sigue sin resolverse, sino todo lo contrario.

En poco más de dos años y medio, aquí ha pasado casi de todo, incluyendo la defenestración de un Rajoy errado y errante y su sustitución por un Pedro Sánchez arriesgado, que pasó de la patada que la Ejecutiva del PSOE le dio en salva sea la parte al triunfo en las urnas internas y, por fin, ya sin urnas, a La Moncloa. Y ahí está, apoyado por el partido de Iglesias, que se ha convertido en una especie de 'vicepresidente en la sombra', porque sus escaños le hacen falta al presidente socialista para mantenerse en el poder. Más o menos igual planteamiento que en 2016, ya digo, porque Iglesias (¿y Sánchez?) tropieza siempre dos veces en la misma piedra filosofal.

De entrada le digo al lector que de ninguna manera me defino como contrario a Podemos; creo que la formación morada nació con mérito para encauzar un descontento plasmado en el movimiento 'indignado', aunque aún se halle lejos de estar preparado para gobernar a los españoles. Quien de verdad me produce pavor como posible gobernante, o co-gobernante, de mi país es, lo digo sin empacho, Pablo Iglesias. Y no son sus principios políticos, difícilmente aprehensibles, lo que me inquieta, sino sus planteamientos personales: he vivido lo suficiente como para preciarme de haber visto más veces a gentes parecidas a él, y todo lo que tocaron acabó, por ambición, por frivolidad, por maniobrerismo, porque se lo tomaban como un juego de tronos, en desastre.

Pero el personaje no engaña demasiado: Pablo Iglesias sale reflejado en todas las encuestas, incluso en las de Tezanos, como el político más impopular de España, y ello hace descender a Podemos en las expectativas de voto, valgan para lo que valgan las predicciones demoscópicas, en las que no hay que creer como oráculo infalible. Podemos es una formación necesaria para impulsar medidas sociales que hagan algo más equitativo este injusto país nuestro. Y también para luchar contra la corrupción, por la defensa del medio ambiente, por mejorar la transparencia y todas esas cosas de las que el país anda bastante deficitario. Pero, al menos a quien suscribe, todos esos buenos propósitos, que debería alentar una formación de veras revolucionaria, se me antojan casi incompatibles con una política saltimbanqui, personalista, revanchista --sí, he dicho revanchista--, características todas de la trayectoria de Iglesias, que ha decapitado a buena parte de los que con él subieron a la Sierra Maestra del secarral político español.

Uno, por lo que va escuchando a unos y otros desde su posición de modesto mirón y oidor, cree que Pedro Sánchez sabe que el apoyo de Iglesias es como el abrazo del oso. El presidente del Ejecutivo es consciente, me parece, de que vive una peligrosa encrucijada, en la que ni siquiera puede estar seguro de que la fotografía 'oficial' de su Gobierno, la tercera en cuatro meses, vaya a ser la definitiva. Tanto se ha desgastado un equipo que fue saludado por muchos, entre otros por quien suscribe, como bien preparado y atractivo políticamente. Pero no siempre se puede vivir de imágenes y de trucos malabares de comunicación, y en eso me parece que Iglesias le gana a su 'socio' (¿?) Sánchez.

La situación política del país requiere un cierre de filas de los constitucionalistas en torno a soluciones --que no son, a mi juicio, la aplicación 'dura' del 155--para Cataluña. Sánchez tendría que haber recibido ya nuevamente a Pablo Casado, a Albert Rivera, para frenar algunas iniciativas algo 'halconas' por parte de ambos en lo tocante al problema catalán. Pero la solución no llegará, ciertamente, de la mano de un Iglesias dubitativo, cuyas posiciones en este asunto --y en tantos otros--jamás resultan demasiado claras. Es preciso que Podemos se una a ese mundo constitucionalista, hoy lamentablemente tan disperso, para hallar remedios que permitan una 'conllevanza' al menos tan duradera como la que instauraron Adolfo Suárez --sí, señor Iglesias, aquel de la Transición, ya sabe-- y Tarradellas.

Temo que Iglesias, aun reconociéndole todos los méritos contraídos en el pasado, debe dejar paso a otras figuras más atractivas en su partido, precisamente esas figuras a las que ahora trata de laminar. Y Sánchez debería, me parece, aproximarse a otros apoyos, porque de esta saldremos solamente con un Gobierno de centro izquierda o, si no, de centro derecha. Y eso, presumiblemente, ocurrirá antes de ese 2020 en el que Iglesias cifra su toma del poder, del autentico poder que premia a los amigos y castiga a los enemigos, ¿no es cierto?