Publicado 26/04/2018 08:01

Fernando Jáuregui.- Somos 46 millones y pico... ¿y?

MADRID, 26 Abr. (OTR/PRESS) -

Ya somos cuarenta y seis millones setecientos mil españoles, dicen las estadísticas. Gracias no a la producción propia, sino a la llegada de extranjeros, sobre todo, nos dicen, procedentes de Marruecos, Venezuela y Colombia. Bienvenidos sean. Quizá, si se quedan más allá de la coyuntural bonanza económica, cooperarán para que el sistema de pensiones, periclitado por la pirámide poblacional, se equilibre algo más, peligre algo menos. Y esta cifra, 46.700.000, me suscita algunas reflexiones que van mucho más allá de la peculiar coyuntura política, social y económica que vive nuestro país, España.

Es obvio para casi todos -quizá alguno de nuestros responsables políticos aún no se haya dado cuenta cabal- que vivimos una época de cambio galopante. Es mucho lo que está mudando silenciosamente y más lo que se va a transformar próximamente. Y también es patente que el actual estado de bienestar del que, en mayor o menor medida, disfrutamos, necesitará muchas manos para mantenerlo, aunque sea en una mínima medida.

Y luego está, claro, la angustiosa cuestión de la igualdad: he viajado por algunas de esas provincias del interior que van implacablemente despoblándose, en beneficio de otras zonas costeras, más mimadas por el turismo y por la actividad empresarial. España, con sus cerca de cuarenta y siete millones de habitantes, es un país cada día más heterogéneo, como podemos comprobarlo, reforzando los macrodatos que ya lo demuestran, quienes tenemos el privilegio de viajar constantemente por la Península.

El futuro es incierto, cambiante. Esta, ya digo, es una nación asimétrica, desigual. En la que modificar los sistemas de financiación autonómica, y la propia división del territorio, resulta ya algo urgente: no podemos seguir regidos por el mapa de Javier de Burgos. Todos tenemos los mismos derechos, pero no podemos recibir el mismo trato, porque las necesidades y la coyuntura de cada territorio son diferentes. Aquel 'café para todos' que alumbró la Constitución está obviamente superado. Hay que regresar al federalismo asimétrico del que hablaron nuestros hermanos mayores, echándole imaginación y valor a esa reestructuración. Es urgente ponerse al trabajo, porque eso no va a ser cosa de un día, obviamente.

Y todo esto, las necesidades derivadas de los nuevos índices poblacionales, incide de manera notable en la educación, que ha de experimentar profundas transformaciones. Una encuesta que acabo de realizar entre más de dos mil empresas muestra que estas precisan 'otros' candidatos a cubrir su oferta de puestos de trabajo: habremos de potenciar de manera inmediata algunas especialidades de Formación Profesional para -curioso- poder cubrir esos empleos que un sesenta por ciento de las empresas no pueden cubrir, pese a la elevada tasa de desempleo entre los jóvenes. Estos no tendrán otro remedio que estudiar otras cosas, recordando que, en los próximos cinco años, casi un sesenta por ciento de los puestos de trabajo de la oferta empresarial ahora, simplemente, no existen, serán 'nuevos'; mientras que desaparecerá otro cuarenta por ciento de los trabajos actuales ¿En qué Universidad, se está contando eso a nuestros jóvenes? ¿Qué inquietudes lectivas, de preparación para el empleo futuro, se pueden esperar de un Ejecutivo que al ministro de Educación le suma la ingente tarea de ser portavoz del Gobierno, desactivando en la práctica la primera función?.

Y, repito, ¿quién está pensando dentro del mundo político en estos planteamientos, por otra parte tan obvios? Temo que nuestros representantes están demasiado ocupados absortos en escrutar la costra del árbol que no les deja ver el árbol y, mucho menos, claro, el bosque. Cataluña, que ha exigido -aunque se haya notado poco-- una dedicación casi exclusiva, ha supuesto una enorme rémora en cualquier planteamiento global para hacer del conjunto de España una nación nueva, regenerada, reformada, empezando por esa Constitución de la que nos afanamos en conmemorar sus cuarenta años de existencia -y ¡qué cuarenta años!--.

España, esta España de los 46.700.000, es una nación moderna, rica en lo que cabe. Y, sin entrar en detalles de distribución de la renta, también con pretensiones de modernidad y, sin embargo, con muchas realidades caducadas, pero que aún están en vigor. Puede que ese problema que tan (pre)ocupada ha tenido a nuestra llamada clase política, y me refiero concretamente a Cataluña, haya entrado en fase de hibernación, o de conllevanza orteguiana. Y entonces será el momento de, si 'ellos' entienden las prioridades, enhebrar los grandes pactos de futuro, para, como decía Adolfo Suárez, lograr que el país funcione mientras se arreglan las cañerías, se repara el tejado y se blanquean -o algo más que eso- las paredes.

Lo que me pregunto, ahora que somos más los españoles de todos los colores, es si, los que, con mayor o menor acierto, han venido representándonos, pueden seguir haciéndolo sin antes replantearse muchas, pero muchas, cosas. Que no todo, desde luego, puede quedarse en sacar adelante los Presupuestos, aunque eso sea un paso, un muy pequeño paso, adelante.