Publicado 19/11/2020 08:02

Fernando Jáuregui.- Trastos viejos

MADRID, 19 Nov. (OTR/PRESS) -

Dice doña Adriana Lastra, refiriéndose, sin nombrarle, al 'disidente' Alfonso Guerra, que "escucho atentamente a nuestros mayores, pero ahora nos toca dirigir el país y el PSOE a nosotros". Deduzco de tan insignes palabras dos cosas: una, que Guerra, vicepresidente durante tantos años del Gobierno de España, tiene disgustada a la señora Lastra y, por ende, a su superior jerárquico, que es quien susurra ideas en el oído de su portavoz parlamentaria. Y dos, que la señora Lastra y, por tanto, su mentado jefe y, por tanto, quienes ahora ejercen la gobernación del país, piensan que el poder se les debe por, entre otras, razones meramente generacionales: son más jóvenes, o sea, que les toca la poltrona, por lo visto ya lo bastante disfrutada por sus 'mayores'. Los demás, los que no comparten la presuntamente envidiable edad de la señora Lastra, quedan reducidos a la condición de trastos viejos, juguetes rotos, carne de residencia de mayores, esas tan desamparadas por el 'joven' que se comprometió a velar por ellas.

Claro, somos unos cuantos los que hubimos de asumir con paciencia infinita aquella sandez del hoy ex Albert Rivera, según el cual nadie nacido antes de la promulgación de la Constitución, es decir, 1978, debería estar ya ejerciendo tareas ejecutivas en política. O sea, que la 'fobia anti geriátrica' no es solamente cosa de la formación morada y de algunos de sus socios de gobierno, por cierto no de todos. Nuestros representantes, la clase política, piensan, y hasta dicen, que la experiencia de 'los mayores' ya no cuenta, aunque aún algunos de estos mayores -al menos cuatro integrantes del Consejo de Ministros, sin ir más lejos_sigan en el machito. Aún este miércoles, en la lamentable sesión parlamentaria de control al Ejecutivo, Pablo Iglesias le dijo a un diputado opositor -Gil Lázaro, de Vox_ que él, Gil Lázaro, ya era diputado cuando él, Iglesias Turrión, apenas tenía cuatro años: "noto en su tono la música del No-Do", le soltó el vicepresidente a Su Señoría .

No soy un gran 'fan' del señor Gil-Lázaro, cuyos vaivenes he presenciado, ni de su formación, cuya ideología me parece nefasta para la nación. Pero no está la cuestión en si el tono del voxista es como aquel del rancio informativo cinematográfico del franquismo, ni si la edad del señor Gil-Lázaro es algo que baste para descalificarle, como sugería la intervención del vicepresidente segundo. No: la cuestión es más profunda; Iglesias trata de arrasar con cuanto signifique el pasado, esa 'era del 78' que es un obstáculo para que, en una segunda Transición, se consagre la ruptura, y no, como en la primera, la evolución.

Para mí, si le digo la verdad, la cuestión no es, aun con resultarme grave, que los que detentan un futuro de poder quieran equiparar esa era del 78 con el franquismo, cuando, en las próximas horas, celebraremos el 45 aniversario de la muerte del dictador. Lo verdaderamente inquietante es que los detentadores del futuro carecen de una idea sobre cómo organizarlo. Y yo, si tengo que ser del todo sincero, entre el histórico Guerra, con quien discrepé no poco en su momento, y la moderna Lastra, por quien siento un respeto político y personal perfectamente descriptibles, me quedo con Guerra. Mil veces. Y me da mucha lástima que ahora el presidente de mi Gobierno, un relativamente joven señor al que le falta madurar un poco, o no poco, comparta el tiempo de la sesión de control parlamentario con el líder de la oposición hablando de ETA, que es una pesadilla que se fue, y que, de paso, (des)califique al mentado líder de la oposición, equiparándole con Trump. Es decir, con el pasado, aunque ni Trump ni acaso Sánchez lo sepan. Y es que el pasado es cosa muy seria; por eso hay que manejarlo, señora Lastra, algo mejor.

fjauregui@educa2020.es