Publicado 06/04/2018 08:00

Fernando Jáuregui.- Urge un plan de comunicación para la Corona

MADRID, 6 Abr. (OTR/PRESS) -

Lo ocurrido hace algunos días en la catedral de Palma, ese vídeo que se ha hecho mundialmente famoso (¿?) mostrando presuntas desavenencias entre la reina doña Letizia y su suegra, la reina (emérita, quieren llamarla) doña Sofía, es algo que trasciende el papel 'couché' y la mera anécdota a la que a mí personalmente me gustaría dejar circunscrito el hecho. He aguardado un par de días para conocer las reacciones en las inmisericordes, a veces irresponsables, redes sociales, en las tertulias, en los cenáculos y mentideros de la frenética Villa y Corte, antes de sacar algunas conclusiones que ya me venían rondando por la cabeza: la primera, fundamental, es que La Zarzuela, o la Corona, o la Casa del rey, o como quiera llamarse a cuanto envuelve a la Monarquía española, necesita un plan de comunicación con urgencia.

Sí, no basta con mostrar al Rey, a su mujer y a sus hijas cenando informalmente, imagen que a mí me resultó superficial y, por tanto, algo superflua. Ni con los posados oficiales, ni con las visitas a causas más o menos benéficas. El 'episodio Palma', entre doña Sofía y doña Letizia, tenga el contenido verdadero que tenga --que habladurías ha habido no pocas--, muestra de manera bastante inequívoca que la corriente de simpatía popular favorece más a la suegra que a la nuera, a la emérita que a la actual. El gesto desabrido de la princesa Leonor hacia su abuela, haya sido espontáneo o inducido, jamás debe repetirse ante las cámaras. Y el desconocimiento de la Princesa de Asturias por parte de los ciudadanos podría llegar a adquirir caracteres peligrosos, como ya ocurriera con su padre cuando era poco más que un adolescente: acudí a entrevistarle --creo que era la primera entrevista que le hacían-- cuando cumplió dieciocho años, convencido de que me encontraría con el joven altanero y algo frívolo que nos presentaban los rumores que jamás abandonan a cuanto signifique la jefatura del Estado y familia: me encontré con un personaje amable, inteligente, con quien, lo confieso, pasé un rato agradable en el juego de preguntas y respuestas, pese a que estas las tenía todas preparadas y bien preparadas, como, por otro lado, ha seguido haciendo siempre: a Felipe de Borbón le gusta poco improvisar, y creo que hace bien. "Sorprenderá para bien a muchos", recuerdo que concluí mi reportaje.

Por ello, creo sospechar el disgusto del Monarca ante lo ocurrido en Palma, que ha sido un episodio sin duda exagerado pero al que no conviene dejar ni en el olvido ni en el desprecio. Resulta difícil la convivencia familiar cuando existen dos reyes (uno, ya digo, llamado emérito) y dos reinas (id), especialmente cuando en lo tocante a relaciones personales ocurre lo mismo que en tantas familias: unos se llevan mejor con unos que con otros. La constante exposición a los focos, a la rumorología, la necesidad de mostrar una permanente ejemplaridad de cara a la galería al menos, la irrupción de escándalos como el que afectó a la infanta Cristina y a su marido, algunos claroscuros (pensemos en Botswana) en la conducta de Don Juan Carlos I, han sido circunstancias que han pesado sobre un clima político demasiado denso, agobiando el papel de la Jefatura del Estado.

¿Cómo actuar ante un panorama como éste? Nadie parece haberlo pensado demoradamente. Demasiados frentes a los que atender, con los intentos secesionistas de instaurar una 'república catalana', el terremoto en el panorama partidario, la indudable crisis institucional. Faltaría más que la institución y la persona más valoradas por la ciudadanía, la única capaz aún de situarse por encima de la 'melee' generalizada en la que se ha convertido este país nuestro, entrase también en crisis, tras haberlo hecho el partido gobernante --menudo asunto pringoso el de Cristina Cifuentes--, no pocos personajes de la oposición, la homogeneidad de la Judicatura y, por supuesto, todo un territorio del conjunto de España, que es, por cierto, el segundo en importancia económica tras Madrid.

Reconozco que sitúo en el jefe del Estado, y en su intervención, prudente pero necesaria, muchas de mis esperanzas personales en hallar una solución a las grandes crisis que sufre el Estado, que son más crisis que la catalana. Aunque ninguna de ellas sea abiertamente reconocida por quienes, desde cónclaves sevillanos de aplauso o desde el confort de los despachos al frente de la oposición, piensan, o nos dicen, que todo va bien porque abren las panaderías cada mañana. Por eso digo que se hace preciso un 'plan de comunicación' --llamémoslo, convencionalmente, así-- de la Jefatura del Estado, un plan capaz incluso de incrementar en lo posible, aunque sea retocando una Constitución que en cualquier caso es urgente retocar, las funciones y el papel del Rey.

Y hay que repensar mucho sobre la presencia pública de sus hijas, especialmente de la princesa de Asturias, que no puede, simplemente no puede, seguir ausente en determinados actos que tienen que ver con la Corona, como el aniversario de Don Juan de Borbón o la ceremonia de los premios Princesa de Asturias, por poner apenas --apenas-- dos ejemplos. Doña Leonor de Borbón, que además está cerca de dejar de ser una niña, no es, en cualquier caso, una niña cualquiera; no, al menos, para quienes confesamos creer que la Monarquía es ahora más conveniente para España que la República. Yo prefiero que esa niña pierda algún día de colegio, si es preciso, para que asuma algunas funciones institucionales, porque la situación que tendrá que vivir a la hora del relevo en el trono será quizá más difícil que la que vivió su padre, que llegó al trono merced a una transmisión de poderes que resultó, menos mal, modélica y afortunada, aunque acaso algo tardía. Y eso, aunque solamente fuera eso, esa abdicación inteligente, es algo que debemos agradecer al rey emérito. Y, claro, a la reina doña Sofía, por quien tantos sentimos tanto respeto.