Actualizado 09/09/2018 08:00

Siete días trepidantes.- Vicepresidente Pablo Iglesias

MADRID, 9 Sep. (OTR/PRESS) -

La Historia siempre se repite, la primera vez como tragedia, la segunda como farsa, advertía Karl Marx. La primera vez que se produjo esta historia que ahora rememoro fue el 22 de enero de 2016. Pablo Iglesias acababa de ir a ver al Rey, en momentos de incertidumbre acerca del Gobierno que España tendría tras las elecciones de diciembre. Sacó pecho el líder de Podemos y anunció que él se conformaría modestamente con la vicepresidencia en un Gobierno presidido por Pedro Sánchez, al que "como una sonrisa del destino", él, Pablo Iglesias, le concedía el favor de ir a ocupar La Moncloa. Pedía también RTVE, los servicios de inteligencia, el Ministerio de Interior, la creación de un Ministerio de las autonomías... Y a todo esto, el 'agraciado' Sánchez sin enterarse de que su 'socio' hacía estas declaraciones a la prensa. Aquello acabó, claro, en tragedia para el proyectado 'Gobierno Frankenstein', porque acabó reforzando a Rajoy en La Moncloa. Ahora estamos ante la segunda edición, no sé si en la versión marxista de farsa, de comedia o de película con final incierto.

Han pasado muchas cosas en estos dos años y ocho meses. Pero todo parece volver a aquellos azarosos orígenes. Ignoro, claro, si la versión que el líder de Podemos ofreció a los medios tras su encuentro con Pedro Sánchez, ahora ya habitante feliz de La Moncloa, corresponde íntegramente a lo tratado. En principio, las cosas que acordaron el presidente del Gobierno y el dirigente 'morado' parecen beneficiosas para la sociedad. Pero esto huele demasiado a reparto de poderes entre un gobernante sin duda con buena voluntad, pero obviamente inexperto, y un ambicioso sin remedio que ya que no pudo conseguir entonces la vicepresidencia reclamada la obtiene ahora de manera oficiosa, por la vía de los hechos. Como, por otra parte, logró Sánchez la presidencia, no pasando por las urnas.

Ya sé que todo es legítimo, e incluso, a veces, me siento tentado a conformarme con este Gobierno, desde luego más que con el inactivo de Rajoy. Pero me parece que en una democracia el poder ha de pasar por la ratificación de las urnas, y estas nos están siendo escamoteadas por un Ejecutivo que está encantado de conocerse y, de paso, de conocer --o eso creen ellos-- a esta Pablo Iglesias que hace el milagro de que, con 84 escaños, el PSOE pueda utilizar una maquinaria de poder que solamente le hubiese correspondido habiendo obtenido una mayoría absoluta en unas elecciones.

Lo que ocurre es que la factura del trapecista siempre es elevada. El 'vicepresidente' Iglesias irá, ya lo verá usted, ocupando parcelas de influencia, de representatividad, de bravuconería, desde la televisión oficial al protagonismo parlamentario, desde la visibilidad internacional a la suplantación de tareas que corresponden al Ejecutivo. El primer paso será, temo, un 'acuerdo de progreso' de gobiernos autonómicos y locales, tratando de desplazar 'a la derechona' del PP y de Ciudadanos, que, lamentablemente, se van haciendo crecientemente acreedores a esta calificación.

Es de temer que esté ya en marcha una sedimentación de aquel que fuera llamado proyecto de 'Gobierno Frankenstein', incluyendo a socialistas, Podemos, nacionalistas catalanes, peneuvistas y acaso otras fuerzas dispersas de izquierda. Nada que objetar --incluso podría llegar a tener consecuencias positivas en la 'conllevanza' con Cataluña-- si no fuese porque, insisto, un tal Gobierno, que no es tal, nos ha venido impuesto por los hechos de una moción de censura sin duda justificada, pero mal planteada y peor resuelta. Si todo lo que importa es ocupar el sillón monclovita, adelante. Pero no lo justifiquen en el bien de la ciudadanía, que me parece que anda bastante perpleja ante el continuo desmentirse a sí mismo de un Ejecutivo al que le faltan horas de vuelo... y título de piloto.

'No es eso, no es eso'. Yo no voté a Pablo Iglesias como 'número dos' del avión en el que forzosamente he de viajar y en el que el precio del billete empieza a ser demasiado caro. No creo en sus recetas, ni en su programa, ni en los métodos algo dictatoriales con los que maneja su partido, que a este paso se va a convertir de lo que fue una buena idea en una auténtica máquina de conspirar. Y el piloto que nunca hizo máster alguno para pilotar bien el aeroplano nacional, tan contento en su 'Air Force One' en el que, lo hemos de ver, Pablo Iglesias acabará sentándose a su lado, en el sillón que cree que le corresponde, que ya digo que es el situado a la derecha del presidente, como copiloto. Mientras dure, vida y dulzura. Y, visto lo que hay en el otro lado, esto tiene aspecto de ir a durar, al menos hasta la primavera de 2020, fecha hasta la cual la vida política de este país nuestro dará muchas vueltas. Ah, y hablando de vueltas y revueltas: que llegan la Diada y los festejos subsiguientes. Pero aquí lo que importa sigue siendo instalarse en el sillón, aunque sea sin cinturón de seguridad. Y sin más plan de vuelo que seguir volando.

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