Actualizado 27/09/2018 08:02

Francisco Muro de Iscar.- La (in)moralidad de la vida pública

MADRID, 27 Sep. (OTR/PRESS) -

Cada día que pasa, un sobresalto más, una mentira más. La vida pública española está siendo sometida a un tsunami que se instala entre nosotros y daña los principios éticos y morales básicos que conforman una sociedad digna. Y cuando quien pone en solfa esos valores es quien dirige la sociedad y, por tanto, debería dar ejemplo, es mucho peor. El espectáculo que estamos presenciando está afectando a todas las instituciones del Estado casi sin excepción y está protagonizado por quienes deberían tener el compromiso de luchar contra la corrupción, la desigualdad y la falsedad.

Pero el Congreso se ha convertido en un instrumento donde las trampas se convierten en un arma de actuación masiva; la Justicia se ha puesto en entredicho; la Policía transmite una imagen mafiosa, corrupta y de cloaca; la Universidad nunca ha estado peor; la televisión pública es un campo de batalla electoralista donde quien disfruta un poder provisional, echa a los que eran parciales para ser parciales, pero al revés; un CIS que quema su prestigio y cocina los datos a la medida de las necesidades del poder; unos partidos se aferran a lo que sea para mantener el poder o para echar de él a quien lo ocupa accidentalmente; y unos políticos que no sólo muestran la escasa confianza que se puede tener en ellos sino que mienten. Y lo hacen con descaro en Cataluña, en el exilio dorado de Bruselas o en Madrid. En la izquierda y en la derecha. Progresistas y conservadores. Faltando conscientemente a la verdad.

La mentira es lo peor. En cualquier ámbito de la vida, pero, sobre todo, en la política. Decía Vaclav Havel, el escritor dramaturgo y político checo, que "la primera pequeña mentira que se contó en nombre de la verdad, la primera pequeña injusticia que se cometió en nombre de la justicia, la primera minúscula inmoralidad en nombre de la moral, siempre significarán el seguro camino del fin". La moralidad y hasta la dignidad de la vida pública terminan donde empieza la mentira. Y ese es el espectáculo que hoy estamos viviendo y transmitiendo al mundo.

Seguramente estos meses de 2018, en el que conmemoramos el 40 aniversario de la mejor y más fructífera Constitución de nuestra historia, serán valorados como una de las peores etapas de este democracia renovada que conquistamos los españoles en los años 70 del siglo pasado.

Lo que hace unos meses podía haber sido una renovación de la confianza en la clase política -tan escasa desde hace tiempo- se ha convertido en un descrédito profundo. Por eso, tiene que haber una reacción ciudadana que exija a sus representantes una nueva moralidad, un respeto a la clase ciudadana, una exigencia de echar de sus filas a quienes tienen comportamientos indignos. Los partidos políticos necesitan respetar a las instituciones para que los ciudadanos podamos respetarlas. Siempre he dicho que los políticos no son bichos raros que han venido de Marte, sino que son reflejo de la sociedad en la que viven. Seguramente ellos y nosotros necesitamos un nuevo código ético, un compromiso profundo de acabar con esto, esté en el lado en que esté. Otra vez es la hora de los intelectuales para arrastrar al conjunto de la sociedad frente a quienes se están burlando de la verdad, de la dignidad y de la justicia. No sé si nos merecemos otra cosa, pero tenemos que conseguir que la mentira destruya solo a los mentirosos.

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