Actualizado 01/06/2018 08:00

El Abanico.- María Dolores Pradera se fue como vivió, con elegancia

MADRID, (OTR/PRESS)

Hubo un tiempo, hace años, que veía con frecuencia a María Dolores Pradera. Amiga de María Teresa Campos, nos gustaba salir a cenar las tres, a tomar copas, a reírnos porque, en contra de lo mucha gente pudiera pensar, María Dolores tenía un gran sentido del humor. Un humor fino, punzante. Le gustaba trasnochar, hablar de política -vivió la crudeza de la guerra civil en Madrid-, de la radio donde se inició y de la que era una oyente empedernida y, cómo no, del amor y el desamor. Discreta como era, nunca les puso nombres ni apellidos a sus romances, salvo a Fernando Fernán Gómez, con el que tuvo dos hijos, Elena y Fernando, al que respetaba y según decía fue su gran amor hasta que la llama se les fue apagando sin que eso mermara la admiración que sentía por él.

Tampoco le gustaba que le etiquetaran como "la gran dama de la canción", porque consideraba que era un título exagerado, para alguien que ha vivido discretamente, sin protagonizar escándalos, ni amorosos ni de ningún otro tipo, que ha vivido de su trabajo, primero como actriz y después como cantante, lo que hizo que gentes de muy distinta procedencia social y cultural, la quisieran y admiraran porque supo llegarles al corazón.

Después de un tiempo de no vernos, volvimos a retomar los encuentros gracias a Carlos Cano, un cantante que, como María Dolores, sabía llegar al corazón de la gente. Un personaje al que no se le ha rendido el gran homenaje que merece por la firmeza de sus ideas, por su lucha en favor de los más necesitados, por su honestidad. Soñador como era, coincidía con María Dolores en dar la voz a los que no les dejan soñar con un mundo mejor.

Hablar de la elegancia de María Dolores dentro y fuera de los escenarios es una obviedad. Ella supo como ninguna otra ser fiel a su propio estilo. El pelo suelto o recogido, sin apenas maquillaje, trajes de gasa, túnicas, nada que pudiera distraer de lo verdaderamente importante: su música y las letras de sus canciones. Le gustaba la comodidad en su día a día y muy poco las fiestas de sociedad donde no se encontraba cómoda, porque prefería su hogar, un refugio en el que guardaba los recuerdos de toda una vida: fotos de sus padres, de sus películas, de sus hijos. La suya era una casa vivida, la estampa de una mujer, cuyas canciones formarán parte de nuestros recuerdos más íntimos.

Dice Ana Belén que sin María Dolores Pradera se siente huérfana, la comprendo, todos nos sentimos así cuando alguien muy cercano se va, en silencio, discretamente como le gustaba vivir. María Dolores nos deja en herencia sus canciones, algunas de las más hermosas de Chavela Vargas o de Chabuca Grande, pero también de José Alfredo Domínguez, Carlos Cano, Joaquín Sabina, y nos deja su sonrisa, dulce, y su fuerte personalidad, pero sobre todo una forma de vida que debería ser asignatura obligada en las facultades de sociología.