Actualizado 14/04/2018 13:03

El Abanico.- Los niños sirios mueren ante la indiferencia de la UE

MADRID, 13 Abr. (OTR/PRESS) -

Médicos sin fronteras ha dado la voz de alarma. Miles de sirios, la mayoría niños que han perdido a sus padres y familiares, mueren al volver a sus hogares, después de permanecer años viviendo en campos de refugiados. Cuando se creían a salvo de los horrores de una guerra que les expulsó de sus pueblos y de sus casas, y cuyo único pecado ha sido intentar sobrevivir en medio del desastre, de la desesperación, de la penuria y el fanatismo religioso, se encuentran con un maquiavélico plan, exterminar a todos aquellos que lograron sobrevivir.

La razón de esta sangría que no parece tener fin, no es otra que la cantidad de explosivos que se encuentran al llegar a sus antiguas viviendas, destruidas por los bombardeos del gobierno de El Assad, o por la armas de las milicias del Isis. Viviendas en las que se refugian con la esperanza de que algún día alguien, no se sabe quién, mandará detener esta locura de sangre y fuego que se ha apoderado de una parte de Oriente Próximo, y en la que están implicados los estados más poderos y sanguinarios de la tierra.

Me comenta una persona que trabaja sobre el terreno para MSF que han descubierto que los explosivos que tantos destrozos físicos y psicológicos están causando entre la población más débil, se encuentran escondidos entre latas de colacao, de galletas, de harina, puestos ex profeso para que cuando lleguen hambrientos, metan la mano, y todo salte por los aire, lo que está ocasionando destrozos terribles en los cuerpos desnutridos de miles de niños, de mujeres, jóvenes y personas mayores, que son trasladados a los hospitales, los pocos que quedan en la zona, sin piernas, sin brazos, con la mirada perdida, sin entender por qué ese Dios que todos dicen defender, les castiga de esta manera tan atroz.

Ver morir a un niño en esas condiciones, es una de las peores experiencias a las que puede enfrentarse el ser humano. Ni siquiera los médicos que les atienden y que están ahí, al pie del cañón, pueden contener la emoción y las lágrimas cuando intentan mantener con un hilo de vida a un bebé de apenas unos meses, o a niños de cuatro, cinco, diez años, a los que la sinrazón de los hombres ha dejado sin esperanza.

En Siria, debido a estas practicas sanguinarias, atienden a una media de 30 personas al día según el coordinador general de MSF, en un solo hospital. Un número que aumenta y que sumado a las muertes que causan las bombas, los gases químicos, los actos criminales de los terroristas de un lado y otro, podemos imaginar lo que quedará después de una contienda que parece no tener fin y que cuando escribo estas líneas, todavía no se sabe qué va a hacer el loco de Trump para vengar el último ataque con armas químicas del presidente sirio.

Por todo ello, justo es reconocer la labor que llevan a cabo los sanitarios, los colaboradores, los socios de Médicos Sin Fronteras, en una zona donde el riesgo es continuo, donde la vida no vale un euro, donde la presencia de reporteros de guerra ha disminuido considerablemente debido a las cortapisas que les ponen los gobiernos de las zonas en conflicto, con el fin de evitar que el mundo sepa lo que realmente está ocurriendo en esa parte de Oriente Próximo, una de las más pobladas del mundo.

Que MSF no acepte financiación de ningún gobierno demuestra la libertad con la que se mueven, con la que trabajan, aún a riesgo de perder la vida. Una labor que contrasta con la indiferencia de la Unión Europea, que decidió hace tiempo mirar para otra parte y enviar ingentes cantidades de dinero para que tanto Turquía como Libia les hagan el trabajo sucio de evitar que los sirios que huyen de del horror de la guerra, lleguen a nuestras ciudades en busca de un mundo mejor.