La partera del barranco de Arguineguín

Actualizado: domingo, 4 noviembre 2007 17:00

LAS PALMAS

Murió hace 17 años y trajo al mundo a cientos de vecinos de Mogán con sus manos de agricultora. Ahora los lugareños rinden homenaje a Nievitas por su dedicación desinteresada. Era la partera del barranco de Arguineguín.

El busto que las autoridades locales descubrieron anoche en el barrio de El Horno es un reconocimiento póstumo a Nieves Santana Valerón, una mujer que descubrió pronto el misterio de la vida a golpe de naturalidad, en esos establos de antaño donde las bestias se debatían entre la vida y la muerte durante el parto. Desde entonces desarrolló un sentido especial para intuir el nacimiento de los bebés y asistir a las madres en el esfuerzo.

"Todo lo aprendió como algo natural al ver las cabras de su abuelo cuando era niña, porque la gente de antes se criaba así y no había tabú al tratarse de animales", asegura Jacinto Ramírez, el último de los ochos hijos que alumbró Nievitas, la mayoría de ellos encerrada en una habitación sin ayuda de nadie. "Parece que le dieron un don porque siempre ayudó a las mujeres a dar a luz", añade Ramírez.

Así fue como se convirtió en la matrona de todo un barranco, desde la parte alta hasta Cercados de Espino, pueblo en el que nació a principios del año pasado. Tanto que todavía hoy muchos vecinos reconocen con orgullo aquello de "yo nací con Nievitas", una especie de seña de identidad que une a más de una generación. Y es que las manos de esta labradora han traído a la vida a su propia nieta. Todo un ejercicio de confianza y seguridad que entonces respondía a la experiencia de haber participado en unos 200 partos, según cálculos realizados por la propia familia.

El hijo menor todavía recuerda esas hazañas, que estaban marcadas en parte por las dificultades para desplazarse hasta un hospital de la capital. El médico más cercano se encontraba en San Bartolomé de Tirajana, y sólo venía en burro cuando surgía alguna complicación. Sin embargo, su vástago no recuerda ninguna desgracia en todos esos años de paños ensangrentados y agua caliente. Más bien todo lo contrario.

Jacinto Ramírez conserva en su memoria recuerdos agradables y heroicos de aquellos tiempos, en los que todavía no se había construido la presa de Soria y la crecida del despeñadero obligaba a cruzar su cauce amarrado con cuerdas. Eso ocurría con frecuencia en invierno, y su madre se vio envuelta en una de esas aventuras cuando fue a ayudar a una vecina en los Lomos de Pedro Afonso. Los hombres tuvieron que sujetarla desde ambos extremos para que pudiera franquear la corriente y asistir luego a la parturiente. Tardó tres días en regresar a su hogar.

También recuerda su hijo la fiabilidad con la que pronosticaba el nacimiento de la criatura. "No vayas a Las Palmas que lo vas a tener por el camino", le dijo en una ocasión a una embarazada a punto de dar a luz. Y al llegar a San Cristóbal hubo que parar en la cuneta, porque los resoplidos y las aguas rotas de la madre anunciaban ya la aparición inminente del niño. Ocurrió en un Mercedes de siete puertas, de esos largos que antes hacían las veces de taxis, cuando el progreso ya había aparecido en los pueblos a golpe de motor. Y quizá fuera la última experiencia de Nieves como matrona, un título que ella se negó a obtener por sus limitaciones a la hora de leer y escribir, aunque el doctor del municipio vecino insistía con vehemencia en que estaba preparada para ello.