Publicado 10/03/2018 08:00

Fernando Jáuregui.- Seré breve: esto cada vez va a peor

MADRID, 10 Mar. (OTR/PRESS) -

Seré breve y, en lo posible, contundente: ya no sé que tiene que ocurrir en Cataluña para que todos, y digo todos, tomen conciencia del enorme desprestigio que la clase política, en general, y sus más directos administradores, en particular, están acumulando a ambas orillas del Ebro. La decisión del juez Llarena de mantener en prisión a Jordi Sánchez, de manera que no pueda resultar investido president de la Generalitat este lunes, puede ser discutida y, a mi modo de ver, muy discutible. El último arrebato de la no tan firme alianza entre los independentistas, ratificándose en su vía rupturista con el Estado, no admite, en cambio, discusión: ha sido un dislate más para confortar a los antisistema total -ya todo el secesionismo lo es, en realidad- de la CUP, que son cuatro gatos, pero gatos influyentes, a lo que parece.

Reafirmarse en la vía independentista, de proclamación de la República Catalana y del referéndum de separación con el resto de España, ha sido la última gota que ha impulsado al magistrado del Constitucional a prolongar la cárcel de Sánchez y, de paso, de los otros tres con él encarcelados. ¿Dónde quedaron aquellas promesas y protestas ante el juez, en el sentido de que todo el 'procés' había sido poco más que una broma, un ensayo, nada con proyección de futuro?

Y ahora ¿qué?

Ignoro qué ocurrirá este lunes. Puede que Roger Torrent, que ahora es el máximo representante oficial del independentismo catalán desde su puesto de president del Parlament, que por cierto le viene bastante grande, decida prolongar la confrontación, manteniendo la convocatoria del Legislativo catalán para investir a un recluso, tarea imposible. Entonces, algo tendrán que hacer las fuerzas del 155, que parecen absortas ante el tamaño que está adquiriendo la bola de nieve de la sedición, o llámela, pese a las consecuencias penales, rebelión. Resulta difícil ya describir con palabras de lo políticamente convencional lo que está ocurriendo en y con Cataluña, mientras, en el Gobierno central, los esfuerzos por mantener una apariencia de normalidad que no existe son cada vez más patentes. Y más patéticos.

No sé a que aguardan las fuerzas constitucionalistas, incluyendo -ojalá esto no fuera una quimera- a Podemos, para plantarse juntas a las puertas de La Moncloa y defender las esencias del Estado, defínalas cada cual como quiera. Si esto que está ocurriendo no es un desafío a la unidad y consistencia de la patria, ya me dirá usted a qué tenemos que aguardar. Seguir pensando que la normalidad impera simplemente porque las panaderías abren cada día y las reservas hoteleras para Semana Santa llegan casi al cien por cien, es una quimera, si no una locura: España no es un país políticamente normal, y es Cataluña la que inclina la balanza hacia la plena anomalía. Estoy deseando oírselo decir a Mariano Rajoy, pero ya sabemos que tal cosa nunca va a ocurrir: el statu quo se mantiene, por lo visto, cuando, simplemente, no se menciona. La realidad lo rompe.

Me produjo auténtica confusión, en mis convicciones de mero y simple mirón de lo que ocurre en la política, ver que la principal y casi única noticia surgida del Consejo de Ministros de este viernes fuese la toma de posesión del nuevo ministro de Economía, Román Escolano, un perfecto desconocido para el gran público, por muy estimables que sean sus capacidades técnicas como economista; el ministro portavoz ya no sabe, obviamente, qué más decir tras los Consejos ante el enorme dislate que los secesionistas, los presentes, los huidos y los reclusos, están construyendo. Así que lo mejor es mirar hacia otro lado y culpar a los periodistas por estar preguntando demasiadas cosas.

Y lo peor es que, este lunes, pase lo que pase en este lunes de dolores, los medios extranjeros volverán a lanzarse cual buitres sobre esta España que cada día parece -parece- más indefensa, aferrada apenas a un artículo, uno solo, de la Constitución, el 155. Ni una propuesta de solución, ni un intento de diálogo, ni un paso que rompa la atonía del que no sabe qué hacer a continuación, que esto es, me parece, lo que percibe la calle.

El caso es que hay soluciones al menos para la conllevanza, aunque seguramente no para resolver permanentemente el conflicto catalán: en la Constitución hay más artículos -el 152.2, que posibilitaría un referéndum constitucional, por ejemplo--, en la política hay más nombres, capaces de forzar esa conllevanza, que no se resolverá solamente con el palo, ni con el enfado generalizado del resto de los españoles con los más fanatizados separatistas catalanes. Las calles de Cataluña y del resto de España están cada día más divorciadas: nada de lo que se dice en el Paseo de Gracia tiene que ver con lo que se comenta en la Gran Vía madrileña, por ejemplo. Y este divorcio moral tendrá, sin duda, consecuencias. No sé, aunque imagino, a quién puede aprovechar este lamentable estado de cosas. A usted, a mí, a la inmensa mayoría de nosotros, desde luego que no. Pronto será tarde para casi todo, y esto ni siquiera es un vaticinio arriesgado: lo que puede ir a peor, porque todo se junta para la tormenta perfecta, irá a peor.