Publicado 15/05/2018 08:00

No te va a gustar.- Y ¿por qué no los tres juntos? ¿Incluso los cuatro?

MADRID, 15 May. (OTR/PRESS) -

Uno ya ni sabe si la investidura de alguien como Quim Torra es buena o mala noticia en el marco del parece que imparable proceso de alejamiento de Cataluña del resto de España. Pienso que buena no es, a tenor de lo que hemos escuchado al nuevo 131 molt honorable president de la Generalitat. Podría decir, en un rapto apresurado, que se ha cumplido la democracia; pero eso tampoco me parece demasiado cierto, viendo cómo se ha producido la designación digital y desde la distancia berlinesa del candidato a ocupar el principal despacho de la plaza de Sant Jaume (bueno, eso tampoco, que Puigdemont no quiere que nadie lo ocupe). Aquí, de primarias y de otros postulados democráticos, nada. Lo que sí sé es que ahora el Estado tiene que ofrecer un mensaje al mundo, a Europa, a España y, en concreto, a esa Cataluña que no odia tan frontalmente como el señor Torra a España y a los españoles, de que todavía hay soluciones más allá del puro palo y del brazo secular togado. Y, si tengo que decir la verdad, mi verdad, creo que no hemos empezado bien.

Porque pienso que es inadecuado que, coincidiendo con la votación de investidura de Torra, se anuncie desde La Moncloa y desde Ferraz que este martes se verán Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. Y que el miércoles quizá el presidente del Gobierno central se vea con Rivera, el líder de Ciudadanos. Mal mensaje a la ciudadanía en general y a la catalanidad en particular. ¿Qué tiene que suceder para que al menos los tres líderes de formaciones constitucionalistas nacionales se encuentren, salgan a las puertas de La Moncloa y, conjuntamente, emitan un mensaje de que ellos, que representan el voto de muchos millones de españoles, y de catalanes, están unidos en las soluciones para evitar que el tren se siga despeñando? ¿Son apenas unas encuestas, que desatan pasiones no sé si del todo justificadas y del todo injustificables, las que impiden este mensaje al mundo, a Europa, a la ciudadanía española, de unidad frente al mayor desafío que la integridad de España haya padecido desde hace al menos ochenta y cinco años?

Crea el lector que no quisiera mostrarme demasiado severo con los comportamientos de eso que hemos dado en llamar 'clase política', pero me parece que lo que trasluce de las encuestas tampoco deja mucho espacio para ser benévolo: el principal partido, el gobernante, va lanzado sin frenos hacia sus propios abismos, mientras el que era el segundo, el PSOE, chapotea en una especie de nube de indiferencia, que le impide despegar pese a los errores del PP. El que era tercero, Podemos, parece que algo -algo- crece, pero en medio de la confusión. Y solamente Ciudadanos, que goza del favor de los sondeos, por ahora, se salva de la quema general. Pero debe alguien gritarle a Albert Rivera, el indiscutible e indiscutido líder de la formación naranja, que es una formación todavía casi 'macroniana', es decir, sin demasiada militancia ni solera, lo que a los aurigas vencedores en Roma: "recuerda, Albert, que eres mortal".

Ignoro si son solamente suyas, de Rivera, las reticencias a juntarse con los otros dos --¿y por qué no con los otros tres, incluyendo al saltimbanqui Podemos, si se dejase?--. Me parece que tampoco Sánchez, acomplejado frente al naranja y asustado por el parece que nuevo ascenso de los morados podemitas, es demasiado partidario de 'fotos de la igualdad'. Y, para qué vamos a engañarnos, Mariano Rajoy nunca ha sido el campeón de los grandes diálogos ni de los acuerdos trascendentales. Así que apañados vamos.

Pero el bien de eso que se llama Patria urge acuerdos en defensa de una Constitución reformada, de un Rey que sea un auténtico jefe del Estado en cuanto a sus funciones, de una unidad basada en el consenso y no apenas en la represión. Hay reformas que hacer, y hay que hacerlas con urgencia. No diré que Rajoy es el tapón de esas reformas -lo cree la mayor parte de sus electores, no obstante--, ni que a Sánchez, como piensan sus 'barones', le falten unas cuantas toneladas de estadista, ni que Rivera esté ensoberbecido pedaleando hacia la cumbre -que sí, que probablemente la alcanzará, pero primero hay mucho que resolver--, ni que Pablo Iglesias se agote en sus propios volatines inútiles. Solo digo lo que me parece que muchos piensan, pensamos: que esto, así, no va bien y que la vieja política no nos sirve ante los modernos problemas. Y que mucho ha de cambiar para afrontar esos retos tan inéditos en los que, pese a haberlos propiciado, nadie habíamos pensado. Y en los que, vista su inmovilidad, parece que algunos siguen sin querer pensar.