Publicado 08/03/2018 08:00

Isaías Lafuente.- El 9 de marzo

MADRID, 8 Mar. (OTR/PRESS) -

Pertenezco a una generación que se hizo adolescente en los estertores del franquismo. Nacimos en un país en el que la discriminación de la mujer no era inercia histórica sino ley. Crecimos cantando canciones en las que una niña no podía ir a jugar porque tenía que lavar, planchar, coser... Veíamos en televisión a renombrados humoristas haciendo chistes que protagonizaban mujeres maltratadas. Y nos parecía normal, nos reíamos. Un país que envió a la OTI una canción que decía: "rómpeme, mátame, pero no me dejes, mi vida". En esa mugre crecimos y algunos no hemos salido tan mal.

Siempre me he preguntado cómo siendo hijos del tan denostado heteropatriarcado algunos encontramos el camino del feminismo. Y creo que ahora deberíamos hacernos la pregunta inversa y plantearnos cómo en generaciones que nacieron, crecieron y se hicieron adultas en democracia sigue habiendo una bolsa considerable de machistas de libro. En lo que a mí respecta, mis padres, nada militantes en la causa feminista, me inculcaron el sentido común y el sentido de la justicia y respetaron siempre mi libertad de pensamiento. Y con esos mimbres es muy difícil dar la espalda a una causa tan evidente que lo único que pretende es conseguir que la igualdad proclamada en las leyes sea definitivamente efectiva.

En 1931, una Clara Campoamor agotada, viendo que se pretendía aplazar mediante disposiciones transitorias el voto de las mujeres que ya había sido aprobado en su articulado, dijo a los diputados: "Los sexos son iguales por naturaleza, por derecho y por intelecto. Pero, además, lo son porque ayer lo declarasteis". Sus palabras resuenan actuales casi un siglo después en un país en donde la consagrada igualdad no ha llegado a completarse. Este 8 de marzo, las mujeres han decidido dar un golpe en la mesa. La mera convocatoria ya ha sido un éxito por el debate abierto que ha obligado a retratarse a muchos y a muchas. Y no todos han salido favorecidos. Pero el verdadero éxito de la movilización se medirá a partir del día 9. Entonces se verá si somos capaces de impedir que el suflé del entusiasmo se venga abajo, si conseguimos cerrar el zoom sobre las desigualdades más sangrantes, si los partidos políticos acuerdan medidas que pasen de las buenas palabras a los hechos y si la movilización colectiva se mantiene después en cada empresa, en cada organización, en cada hogar* ese es el verdadero reto y a afrontarlo estamos llamados todos, también quienes en esta ocasión no hemos sido convocados.