Marrakech, la 'vie en rose' al pie del Atlas

Begoña Marco
Foto: BEGOÑA MARCO
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Actualizado: lunes, 11 agosto 2014 17:44

Por Begoña Marco

   Más allá del eterno sol en lo alto, los encantadores de serpientes o el incesante bullicio de la ciudad, lo primero que llama la atención al llegar a Marrakech es el color rosado de sus edificios, más aún si se llega en tren desde la urbanita Casablanca.

   Para el turista Marrakech es un oasis en medio de Marruecos, un lugar que te hace sentir lo suficientemente lejos como para desconectar de todo, pero aún cerca para poder sentirte como en casa.

   Es una ciudad que destila amabilidad hacia el visitante, que no sólo puede dedicarse a patear el zoco, la gran plaza, las mezquitas o las tumbas saadíes, sino que puede disfrutar de un rato de relax frente a un té a la menta, pasear en calesa, darse un baño con encanto en alguno de sus riads o perderse en uno de los múltiples jardines de la ciudad.

   Además, lo puede hacer con buen tiempo, sin prisas y con un toque de sabor a Francia, porque aún se puede percibir alguno de los posos que el país de la Torre Eiffel dejó en Marruecos durante la época colonial.

   Una primera visita a Marrakech comienza, sin duda alguna, en la gran plaza, o plaza de Jamaa el Fna, que con sus encantadores de serpientes, cuentacuentos, puestos de zumo de naranja y espectáculos varios enamora a la mayoría de visitantes.

   Eso sí, no se puede visitar sólo una vez porque es una plaza cambiante, ya que por la noche, todos esos puestos que han llenado la zona durante el día se retiran y dan paso a restaurantes improvisados, tenderetes de objetos variopintos y espectáculos de todo tipo.

UN TÉ VERDE DESDE LO ALTO.

   La plaza se puede disfrutar a pie de calle, pero si lo que quiere es huir del bullicio, hay múltiples de terrazas, como la del Café de France, desde las que disfrutar de la plaza acompañado de un té a la menta.

   La mezquita de la Kutubia, el incansable zoco, el barrio judío o la Madrasa Ben Youssef son lugares que uno no se puede perder si hace una visita a Marrakech; pero algo que destaca en la ciudad son sus jardines.

   Es el caso de la Menara y también del Jardin Majorelle, un jardín botánico que en los años sesenta compró el diseñador Yves Saint Laurent y que con sus salvajes colores  y nenúfares rezuma magia.

RELAX TRAS EL TURISMO.

   Otro de los lugares para disfrutar de un viaje de ensueño a esta ciudad rosada es La Mamounia, un legendario hotel de lujo situado al lado de la mezquita de la Kutubia donde se puede disfrutar de sus jardines, de música en directo o de su spa. En definitiva, un lugar delicioso para los más sibaritas.

   Los que tengan un presupuesto más ajustado, pero no quieran perderse el encanto que ofrecen las construcciones marroquíes, pueden  alojarse en un riad, tradicionales palacios o casas que albergan un patio en su interior que puede llegar esconder  una pequeña piscina. Los hay preciosos como el Abracadabra o el Riad de Vinci, que regenta una chica francesa.

   La noche es otro punto importante cuando se va de viaje y en Marrakech hay que tener en cuenta que no se sirve alcohol dentro de la Medina, por lo que si alguien quiere cenar con una copa de vino tendrá que atravesar las murallas.

   Se puede comenzar la noche cenando dentro de la Medina en sitios deliciosos como la Terrasse del épices, que permite comer bajo las estrellas pero de una manera más relajada que en los puesto de Jamaa el Fna y luego salir de la ciudad vieja para tomar una copa. En el barrio de Hivernage se encuentra Djellabar, un local en el que se puede comer, bailar y tomar una copa hasta bien entrada la noche para tener un viaje completo de la mañana a la noche.

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